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Stand: 12. August 2005
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HiN                                                      III, 5 (2002)

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Miguel Ángel Puig-Samper y Sandra Rebok
(Instituto de Historia. CSIC.)

Un sabio en la meseta.
El viaje de Alejandro de Humboldt a España en 1799

 

1. El entramado de un viaje

                                                       Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán

                                                       a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse

                                                       en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en

                                                       tablas, para memoria en lo futuro.

                                                       (Miguel de Cervantes, Don Quijote de La Mancha)

 

           Ya en tiempos de Carlos III, un famoso viajero –Joseph Townsend- recomendaba para viajar por España una buena constitución física, llevar dos buenos criados, cartas de crédito para las principales ciudades y recomendaciones para las mejores familias del país. Cuando en enero de 1799 Alejandro de Humboldt atravesaba la frontera pirenaica para llegar a Barcelona con el sueño de llegar a Africa o quizá encaminarse hacia tierras americanas, cumplía gran parte de estas sugerencias. Según el pasaporte que le habían concedido las autoridades francesas para viajar a Argel, por indicación del embajador prusiano en París –Alphonse de Sandoz Rollin-, Humboldt presentaba una apariencia física inmejorable y la resistencia de su constitución había quedado demostrada tanto en las experiencias galvánicas que había probado en su propio cuerpo como en su trabajo profesional como Inspector de Minas en su Prusia natal. En cuanto al segundo consejo, sólo se cumplía parcialmente, ya que el sabio alemán venía a España acompañado únicamente de su amigo, considerado como un criado o a lo más secretario por las autoridades españolas, el botánico francés Aimé Bonpland.

 

            Respecto al tercer asunto, el financiero, Humboldt no tenía problemas aparentes, ya que tras la muerte de su madre había heredado una gran fortuna que pensaba invertir tanto en su viaje –finalmente a las colonias españolas de América- como en la publicación de los resultados científicos de su aventura. Sabemos ahora que ya en Barcelona, recién iniciado su periplo ibérico, se dirigió a su amigo Kunth para solicitar fondos, que finalmente llegaron por la vía del banquero Abraham Mendelssohn en París al marqués de Iranda en Madrid. Este último fue además considerado por Humboldt como uno de los principales valedores de su viaje y uno de los personajes clave en la Corte madrileña, ya que el marqués, Simón de Aragorri y Olavide, además de ser uno de los banqueros españoles más poderosos y miembro del Consejo de Hacienda, estaba emparentado con figuras relevantes como el embajador en Londres Simón de las Casas, su hermano Luis, antiguo gobernador de Cuba y capitán general de Cádiz, o Pedro Pablo O’Reilly, segundo conde de O’Reilly.

 

            Cumplía Humboldt la cuarta recomendación de Townsend prácticamente unida a la tercera, que le había permitido tener acceso a otras familias notables como las de Gálvez, Gardoqui, la del duque del Infantado, etc..., pero el científico prusiano no se conformaba con estas relaciones para conseguir sus objetivos. Una vez instalado en Madrid, en febrero de 1799,  el encargado de negocios de Prusia –David de Tribolet-Hardy- le puso en contacto con la persona clave que podría lograr la aprobación de un proyecto como el que pretendía Alejandro de Humboldt, la exploración de la América española, una vez desestimado su viaje africano. Se trataba del barón Phillip de Forell, embajador de Sajonia en Madrid, mineralogista distinguido y amigo personal del ministro Mariano Luis de Urquijo. La actuación del embajador sajón fue providencial para Humboldt, que logró con rapidez la protección política y estableció los vínculos científicos necesarios para la preparación del viaje americano. Según un informe del embajador danés en Madrid, Herman de Schubart, la alianza de Humboldt con el barón de Forell se extendió además al embajador holandés Johan Valckenaer, quien formaba parte al parecer de un comité secreto que asesoraba al ministro Urquijo y la reina María Luisa en los asuntos políticos más delicados, además de su relación con el príncipe de Parma, casado con la infanta Mª Luisa, que Humboldt calificó de planta exótica de la Corte madrileña por su sabiduría y conocimientos científicos.

 

            En el campo de la ciencia, Humboldt pudo llegar de la mano del propio barón de Forell al Real Gabinete de Historia Natural, institución científica con la que el embajador de Sajonia colaboraba con sus colecciones mineralógicas y en la que incluso había logrado colocar como colectores a dos alemanes, Juan Guillermo (Johann Wilhelm) y Enrique (Heinrich) Thalacker. Además parecía evidente el aprecio por la mineralogía alemana del director efectivo del Real Gabinete de Historia Natural, José Clavijo y Fajardo, si tenemos en cuenta que hacía poco tiempo había enviado una expedición mineralógica a Chile y Perú dirigida por los hermanos Heuland, sobrinos del gran coleccionista Jacob Forster, y había promovido a catedrático de mineralogía en Madrid a Cristiano Herrgen.

 

Paralelamente, Humboldt establecería relaciones científicas con los químicos Louis Proust y Domingo García Fernández, quienes con el botánico Cavanilles y Herrgen estaban a punto de publicar la primera revista científica española, los Anales de Historia Natural. Para completar sus conocimientos, Casimiro Gómez Ortega, por entonces director del Real Jardín Botánico, le permitió conocer el contenido de las floras americanas elaboradas en las expediciones científicas que los gobiernos ilustrados habían enviado a América, especialmente las dirigidas a Perú y Nueva España. También llegó a conocer a Juan Bautista Muñoz, el ilustre historiador que en esos años organizaba el Archivo General de Indias y preparaba su Historia del Nuevo Mundo, a José Chaix, un astrónomo distinguido que había trabajado con Delambre y Méchain en las operaciones de medición del arco de meridiano en España y que fue uno de los principales colaboradores de Humboldt, así como al grupo de marinos ilustrados que en su mayor parte estaban relacionados con el Depósito Hidrográfico de Madrid, donde se elaboraba la principal cartografía naútica de la época, que dirigía el marino José Espinosa y Tello, más tarde sustituido por Felipe Bauzá, otro de los corresponsales más activos de Alejandro de Humboldt.

 

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