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Stand: 12. August 2005
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HiN                                                      III, 5 (2002)

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Jose Alberto Navas Sierra

Humboldt y el ‘Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)’
Un ejercicio de ‘ciencia humboldtiana’

 

3. Humboldt,  ‘ALCA’ y la ‘globalización’

A pesar de la gran admiración que los entonces ‘jóvenes’  EE. UU., de América causaron a Humboldt, de manera alguna sería permitido suponer que ni durante, ni luego de sus cortas pero intensas visitas a Filadelfia y Washington a mediados de 1804, hubiera podido éste vislumbrar siquiera que las antiguas ‘Trece Colonias’  angloamericanas lograrían, un siglo después, convertirse en la única e incontestada potencia del continente americano; y todavía menos suponer que 170 años después de su independencia los EE. UU., pasarían a ser la primera super-potencia mundial.

No obstante, Humboldt fue un pionero de la cuantificación histórico-estadísta, a cuya paciente labor recopilatoria y prodigiosa mente ‘globalizante’ se deben las primeras –y aún hoy utilizadas- tablas demográficas y económicas del continente americano. Con todo lo que ello significó en su momento, su ejemplo y enseñanza inducirían a razonar –como quizás lo hubiera hecho Humboldt hoy en día-, sobre lo que es y realmente supondrá el cumplimiento de los objetivos de alianza americana en torno a ‘ALCA’. Dicho ejercicio resulta actualmente posible gracias al inmenso arsenal de fuentes y datos estadísticos disponibles a escalas mundial y americano.

Lo primero que actualmente llamaría la atención a Humboldt sería ciertamente el insospechado proceso de expansión y consolidación continental de los EE.UU. Antes que nada, recordaría que la ampliación de la ‘frontera’ espacial norteamericana hacia el Sur y Oeste había coincidido prácticamente con su visita a Washington, momento en el que el gobierno federal se preparaba para tomar la plena posesión del vasto territorio de la Luisiana comprado por los EE.UU., un año atrás –sin la requerida aceptación de España- al Cónsul vitalicio Bonaparte; y sobre cuyos precisos –o pretendidos- límites Humboldt había discutido largamente con el presidente T. Jeffer­son[1]. Luego Humboldt constataría que la consolidación de dicho proceso de toma y consolidación espacial –tan sólo interrumpido por la ‘Guerra de Secesión’-, habría concluido en abril de 1867 tras la adquisición de Alaska a Rusia; sin que por ello los EE.UU., hubieran renunciado a su larga política de ‘aislamiento’, cosa que apenas sucedió a comienzos del siglo XX  luego de la firma del Tratado de París que puso fin a la guerra hispano-norteamericana; momento en el que, además del control de Cuba y Puerto Rico, los EE.UU., consolidaron su proyección sobre Pacífico medio o ecuatorial –Filipinas y Hawai-, ambas cosas preludio de su  ascenso como nueva potencia mundial.

Por todo ello, quizás lo primero que habría hecho Humboldt habría sido verificar los cambios sustanciales producidos durante dicho período en la ‘masa crítica’ del continente–territorio, población y recursos-, primera y esencial base para intentar cualquier otra comparación cuantitativa al interior del espacio americano. Conforme a las cifras del Cuadro nº 1, y usando sus propias estima­ciones para la fecha base –1825-, Humboldt llamaría la atención sobre dos de los hechos que habrían marcado el reparto poblacional en el continente americano: durante los 175 años comprendidos en la referida serie temporal, los EE.UU., e Iberoamérica multiplicaron en proporciones muy similares sus respectivas poblaciones (27 y 24 veces, respectivamente) conforme a unas tasas acumulativas anuales muy cercanas (1,9% y 1,8%), por lo que sus correspondientes pesos dentro del conjunto americano poco variaron en dicho período; habiendo ganado los EE.UU., los 6 puntos perdidos por el conjunto de países iberoamericanos.

Sin embargo, Humboldt se habría quedado maravillado frente al proceso de la redistribución del espacio físico americano dado que durante dicho lapso los EE.UU., no sólo lograron duplicar su

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Cuadro nº1: ‘ALCA’ , evolución de la ‘masa crítica’ al interior del continente americano; 1825-1828 a 1999.

territorio -en tanto Iberoamérica, por mero efecto técnico[2] aparecería ‘recuperando’ una cuarta de original espacio colonial- sino que aumentaron en un 55% su participación en el total del espacio americano al pasar del 15.1% al 23.5%; éxito expansionista sin parangón en la historia contemporánea[3]; y por ende base –o consecuencia- indispensable para la concreción de su poderío americano y mundial. Dicha dinámica habría sido más sobresaliente en el caso de las sub-regiones ‘Mercosur’ y ‘Comunidad Andina’, siendo sorprendentemente similares las cifras de la primera y las alcanzadas por los EE.UU., que alguna vez se han asimilado como experiencias muy cercanas.

En el caso del ‘cono sur’ –especialmente Argentina- habría que destacar la ‘incor­po­ración’ de la Patago­nia y Antártida y la creciente migración europea a lo largo de los 2 siglos pre­­cedentes. En el caso de Chile, además de haberse beneficiado de igual efecto migratorio europeo, debe mencionarse la recuperación de la isla de Chiloé y la adquisición de las provincias norteñas de Ta­ra­­pacá, Tacna y Arica durante la ‘Guerra del Pacífico’ (1879-1883) contra de a Bolivia y Perú. Lo su­cedido en la ‘Comunidad andina’  o bolivariana sería apenas un efecto neto de corrección téc­nica de su superficie, pues a la pérdida de las citadas provincias bolivianas y peruanas habría que aña­dir la desmembración de Panamá y la no menos importante merma de la ‘Guayana Esequiba’  ve­nezolana frente a Inglaterra y en reclamación desde 1897; países de los que sólo Perú y Ve­ne­zue­la se beneficiaron  de migraciones –china y europea, respectivamente- de alguna importancia du­rante los últimos 150 años. Lo sucedido con México resulta suficien­te­men­te conocido.

A la luz de las cifras del cuadro precedente, pero en especial con las incluidas en el siguiente cuadro nº 2, como cualquier otro avisado analista contemporáneo, Humboldt se habría pre­guntado ¿Por qué, poseyendo ambos extremos americanos una cuota muy similar del espacio y recursos del continente –48,6% para Norteamérica y 50,2% para Iberoamérica- se dio finalmente un desequilibrio tan dramático en cuanto al nivel y dinámicas del desarrollo económico, social y político entre el ’Norte’ y ‘Sur’ del continental; máxime cuando Iberoamérica acapara aún un 67% más de la población –finalmente mercado- americana?

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Cuadro nº2: ‘ALCA’, ‘masa crítica efectiva’ en el continente americano.

Con tales cifras en la mano muy probablemente Humboldt señalaría el papel sin­gular que el con­ti­nen­te americano haría decidido asumir tras la última ‘Cumbre’  de Quebec puesto que, de hacerse efec­tiva la pretendida ‘ALCA’, algo menos del 14% y 30% de la po­bla­ción y extensión del pla­ne­ta,  res­pectivamente (más de 800 mi­llo­nes de personas y casi 40 millones de Kms2), sus gobiernos ha­brían decidido dar asiento a la mayor potencia mundial de todos los tiempos; conformando una ‘masa crítica’ suficiente –in­clu­sive excluyente- para soportar por sí misma buena parte, si no toda la dinámica del alu­di­do proceso de ‘glo­ba­lización’ mundial. Sin embargo, Humboldt señalaría de in­mediato que todo este pretendido poderío y po­tencialidad de generación de un nuevo orden eco­nó­mico mundial estaría de entrada con­cen­trado en 2 de los 34 países americanos convo­ca­dos, países que no obs­­tan­te acaparan el mayor peso específico del continente con el 37,5% y 48,6% de la po­­bla­ción y extensión ame­ricanos, respectivamente; ‘Norte’ apenas equiparado por el actual ‘Mer­­cosur’, básicamente en razón de la dimensión sub-continental que de por sí re­pre­senta el Brasil.

Muy seguramente, y a pesar de los incrementos significativos de la población del continente, a Hum­boldt quizás le seguirían pareciendo todavía bajos los valores de ‘densidad’ pro­me­dia de ocu­pación del territorio americano; aunque admitiría lo mucho que en ello tiene que ver todavía los inmensos territorios des­ocupados de Canadá y países amazónicos; situación que desde luego nada tendría que ver con los países caribeños.

Al encarar el indicador económico por excelencia de comparación internacional, el ingreso por ha­bi­tante –deflactado éste por los respectivos índices de paridad cruzada en los poderes ad­qui­si­ti­vos de las monedas involucradas- Humboldt confrontaría las enormes discrepancias existentes en el continente dado que el PNB por individuo de los EE UU., es casi 5 veces superior al generado por conjunto de Latinoamérica y el Caribe; ‘gap’ que asciende a 8 y casi 9 veces respecto de los paí­ses caribeños y centroamericanos, respectivamente. El Cuadro A-1 del apén­di­ce muestra que esas discrepancias sería del orden de casi 22 y 18 veces en relación con Haití y Suriname, y de 14 veces en los casos de Honduras, Nicaragua y Bolivia. Sólo Ba­hamas, Argentina, Chile y Uru­guay reducen tales diferencias situándose en valores que van del 2,5 al 3,7 veces.

A pesar que el ingreso per-cápita ponderado de todo el continente americano reduce dicha ‘bre­cha’ en un 48%, el pro­­medio norteamericano –Canadá y EE.UU.- continúa siendo todavía 4,3 ve­ces mayor que la media ponderada mundial. Por lo mismo, muy probablemente Humboldt sug­e­ri­ría que no obstante ser aún abismales las diferencias económicas –y por ende sociales- al in­terior del continente americano, el gran potencial de mer­ca­do que de por si aportaría Iberoamérica a ‘AL­CA’ -algo más de 600 millones- sería una base suficiente capaz de sustentar, ahora de la ma­no de EE.UU., y Canadá, un denso proceso de desarrollo integral, particularmente social, en el res­­to del continente[4] de cumplirse por los países del ‘Sur’ la extensa agenda de reformas estruc­tu­­rales - postergadas por casi 2 siglos- que acompaña la pretendida alianza americana.

Precisamente, bien recordaría Humboldt las profundas diferencias estructurales que, y según el mis­mo lo había confrontado a comienzos de siglo XIX, separaban ya notoriamente los dos he­mis­­ferios del continente. Se preguntaría entonces cuán sustancialmente habrían cam­bia­­do las socie­da­des de ambos grupos de países durante los casi 2 siglos de vida independiente americana, bá­si­­ca­men­­­te bajo una forma de gobierno republicana[5], tanto como para poder augurar una po­si­ble con­­­­vergencia espacio-temporal entre uno y otro polo continental; tal cual se pretende con ‘ALCA’.

Bastante dubitativo habría quedado el espíritu de Humboldt al recorrer una y varias veces las series del Cuadro nº 3. De entrada reconocería que a pesar del aparente progreso  rea­li­za­do por el conjunto de países latinoamericanos y del Caribe en la mejora de las se­cu­la­res bajas ta­sas de analfabetismo y matriculación primaría y secundaria, las mismas serían apenas similares a las actualmente alcanzadas a nivel mundialmente, teniendo que admitir que sub­sis­ten aún im­portante ‘déficits na­cio­nales’ de alfabetización (adultos) -ciertamente dramáticos en al­gu­nos casos (Gua­te­mala, Hon­du­ras, Nicaragua y Haití)-, como también déficits no menos sign­i­fi­cativos en lo tocante a matri­cu­lación secundaria, tal cual sería el caso de los países ya citados a los que habría que aña­dir Costa Rica, Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecua­dor y Venezuela[6].

Advirtiendo la menor proporción  que la ‘población económicamente activa’ representa den­tro de la pirámide poblacional latinoamericana -43% en total de la región, 36% y 37%   en el Ca­­ribe y Cen­tro América-, y supuesto que estas menores tasas reflejan una mayor pro­por­ción actual de niños y bebés en los países del ‘Sur’, Hum­boldt  no habría dejado de llamar la aten­ción so­­bre el sesgo implícito que tales bajas tasas de matriculaciones podrían ejercer en contra y res­­pecto de varios países de la región tras su vinculación a la proyectada ‘ALCA’. Esto úl­ti­mo, admitiendo que buena parte del progreso económico-social que po­dría esperar –a me­dia­no y corto plazo- los países latinoamericana de dicha ‘alianza’ continental muy se­gu­­­ra­men­­te dependerá de la efectiva incorporación y aprovechamiento que éstos hagan de las nue­vas tec­no­lo­gías sobre las que se dice estará centrada la anunciada ‘globalización’ pla­­ne­taria; todo lo cual raya con niveles tan alto de desalfabetización y sobre todo restrin­gi­da edu­ca­ción secundaria,  tanto entre hombres como entre mujeres.

Al observar que pocos países iberoamericanos –Centroamérica y dos de los andinos (Bolivia y Ecuador) han escapado al vertiginoso proceso de urbanización experimentado durante los 200 años anteriores, Humboldt encontraría que su anterior apreciación estaría directamente ligada con un potencial mercado laboral, cada vez más localizado en los grandes centros urbanos de las di­fe­ren­tes capitales na­cionales y de provincia del ‘Sur', básicamente integrado por mano de obra joven, pero muy poco edu­ca­da. Para el ojo avizor de Humboldt resultaría claro que si bien los países más urbanizados –en especial los de Mercosur, México y Chile-, dotados de un mayor contingente de mano obra joven serían en principio los primeros llamados a incorporase a las nuevas tecnologías y por ende a la dinámica globalizante actual, difícilmente los mismos podrían concretar tales perspectivas de no superar prontamente estos las altísimas tasas de no-ma­tri­cu­­­lación secundaría que les caracteriza.

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Cuadro nº3: ‘ALCA’, Principales indicadores de desarrollo socio-económico.

Sin embargo, muy probablemente Humboldt decidiría profundizar más en la anterior con­clu­sión. Al confrontar los índices ya medidos de ‘pobreza’  -relativa y absoluta- su espíritu que­da­­ría mucho mas apesadumbrado al verificar que algo más de 1/5 de los paí­ses Latino­ame­ri­canos y del Caribe  vivían hasta hace poco –1993-1996- por debajo del ‘um­bral’ del índice acep­tado de pobreza individual; tasas que asciende casi a 1/3 si tal me­di­ción se refiere a aquel estrato que en conjunto del continente sobreviven con menos de U$ 2 días diarios. Al ob­ser­var la situación, región por región y país por país, quedaría ciertamente abru­­mado por los niveles de pobreza existentes en Haití –siempre obligado precedente mundial-; Centroamérica -escasamente mitigado por la si­tua­ción, un poco me­nos grave, en Costa Rica y Panamá-; Paraguay y países andinos, don­de el caso de Ecua­dor resulta ser el más ex­tre­mo. Admitiendo que ni antes ni ahora existieron tales niveles de pobreza en Ca­nadá y EE.UU., –lo que no sería del todo cierto, al menos en estos últimos- Humboldt acep­taría re­signado que, y a pesar de haberse superado la férrea estamentalización colo­nial de los países hispanoamericanos por él visitados, en ver­dad en muy poco -casi nada-, habrían cambiado los altísimos y seculares índices de mar­gi­na­mien­to so­­cio-­eco­­nómico que caracterizaban, hace 2 siglos,  los ex-dominios españoles y portugueses en América; seg­men­tos de­mo­gráficos ahora reagrupados bajo la égida liberal con el nuevo rótulo de ‘clases sociales’ bajas, pobres o miserables.

Es de suponer que Humboldt no se conformaría con estas mediciones. Ahondaría en otros in­­di­ca­do­res macro-sociales, como bien podrían ser la proporción del PBI que los países ame­­ricanos des­tinan al gasto social, en especial, educación y salud, uno y otro cara a otro ‘gasto nacional’ que a lo largo de la vida republicana ha tenido una alta y competitiva incidencia a lo largo y ancho del con­­tinente, como es lo relativo al gasto militar. Aunque el porcentaje en salud del conjunto americano casi dobla la media ponderada mundial, no sucede lo mismo en los sectores educación y defensa. Siendo como lo son desde hace tiempo los EE.UU., la primera potencial militar del mundo -con lo que ello significa dentro del producto y gasto nacionales-, a Humboldt le costaría mu­cho explicarse no sólo que cuatro países iberoamericanos –Ecuador, Colombia y Chile, en su or­den- destinen una mayor porción de su PIB al gasto militar que dicha superpotencia mundial, si no in­clu­so que varios de ellos dediquen tasas similares de su producido nacional a defensa, sa­lud y educación –Guatemala, Uruguay, Perú, República Dominicana y Haití-. No obstante, Hum­boldt no ahorraría elogios para Costa Rica –caso singular en todo el continente ame­ri­ca­no- que además de ser el país que menos gasta en defensa, es quien a su vez destina mayores por­centajes de su riqueza nacional a salud y educación (en este sector ligeramente sobrepasado por Jamaica), a superando incluso a Canadá; precedente en alguna forma seguido por Panamá y Cuba, en este último caso muy en consonancia con su credo político es­tatal[7]. En razón de sus nexos afectivos con el antiguo virreinato de la Nueva Granada, Hum­boldt no dejaría de repasar las manifiestas contradicciones del caso colombiano, país que –y a pesar del histórico, y cada vez más escalonado conflicto militar interno-, habría realizado últimamente notables avances en las áreas de salud y educación.

Contando con el sin número y variedad de datos estadísticos nacionales de que se dispone actualmente –de los que Humboldt fue precursor en el caso americano- desde luego que éste habría explorado nuevos niveles de comparación intracontinental con el objeto de pre­ci­sar todavía más la situación actual y posibilidades efectivas de llevar a cabo la pretendida ‘ALCA’. Sin duda, y como en su momento tanto le preocupara, Humboldt revisaría con algún detalle las principales cuentas del ahora llamado ‘sector externo’.

Conforme al Cuadro nº 4, además de constatar el crecido y general déficit de la balanza co­mer­cial del continente, como también el que éste fuese proporcionalmente más bajo en el con­junto latinoamericano y el Caribe -el déficit  de los EE.UU., es 2,6 veces superior res­pecto del ‘Sur’ -; Humboldt habría anotado el hecho singular que el continente americano con­tinuase comprando –

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Cuadro nº4: ‘ALCA’: principales indicadores del sector externo americano.

en términos monetarios- más de lo que vende al resto del mundo. Señalaría, además, que sólo tres países iberoamericanos –México, Argentina y Brasil-, los mayores o más activos comer­cial­men­te del mundo latinoamericano, asumen el 76% de dicho desbalance regional; todo lo cual reconfirmaría una todavía manifiesta herencia colonial al no haber logrado superar, estando en capacidad intrínseca de hacerlo- los crónicos niveles de desabastecimiento interno.

A pesar de las políticas correctivas macroenómicas recientemente adoptadas y tendientes a reducir –e incluso eliminar-  dicho déficit externo por parte de los países desarrollados –en especial por los EE.UU., no así por los países latinoamericanos-, Humboldt contrastaría dicha situación comercial ne­gativa con el monto de las reservas internacionales de los países y bloques americanos.  Admitiría que a pesar de la posición crónicamente deficitaria de las cuentas externas de la casi mayoría de los antiguos dominios españoles americanos, todos ellos han logrado sos­te­ner­se con saldos positivos en sus reservas internacionales. Incluso admitiría la mejor posi­ción relativa y proporcional de Latino­américa –1.7 veces- respecto de EE.UU., y Canadá; gracias al peso relevante que al res­pecto juegan los 3 mayores citados del ‘Sur’, Brasil, México y Argentina, en su orden, y a los que siguen Venezuela y Chile.

Sin embargo, lo que definitivamente llenaría de asombro a Humboldt sería la situación de la deu­da ex­­­terna latinoamericana, variable que marca el definitivo deslinde entre el ‘Norte’ y ‘Sur’ del con­ti­nen­te, no sólo en virtud de ser los EE.UU., y Canadá acreedores netos in­ter­na­cio­­nales, sino por el vo­lumen y sobre todo incidencia que tan gravoso pasivo ma­cro-­eco­nó­mi­co tiene en el con­jun­to del sub-continente, llegando en algunos casos a niveles ciertamente ex­­tremos.  En cuanto a mag­­ni­tu­des absolutas, además de los tres mayores países –cuyo mayor peso específico en la re­gión ex­pli­caría de por sí que sean los más endeudados-, lla­ma­ría la atención de Humboldt los casos de Chi­le –cuya deuda externa es superior al conjunto centroamericano-, Venezuela, Co­lom­bia, Perú y Cu­ba. 

Con el objeto de afinar más su análisis, Humboldt obtendría los valores per-cápita de las res­­­pectivas deudas nacionales, encontrando que en la actualidad cada latinoamericano debe en promedio al exterior U$1513, indicador que es 2,5 veces mayor en el caso de Ar­gen­­tina; y en torno a 1,5 veces en los casos de Chile, Panamá, Uruguay y Cuba. Sin em­bar­go, al revisar la proporción que dicha deuda externa absorbe ya del P.B.I anual per cápita[8], Hum­boldt se declararía ciertamente alarmado al comprobar que cada latinoamericano tiene em­peñada ¼ parte del valor de la riqueza que produce anualmente para respaldar dicha deuda colectiva; proporción que –por fuera de los casos extremos de Cuba (64.1%) y Nicaragua (47.4%) respecto de Panamá, Ecuador y Jamaica sobrepasa el 45%; seguidos éstos de Ar­gentina y Bolivia, ambos en torno al 34%. No obstante, esta comparación le resultaría a Humboldt todavía más ostensible si se tomasen las magnitudes absolutas de la deuda y PNB, por lo que  la media latino­ame­­ricana as­cen­dería al 40%, remontándose hasta el astronómico 262% de Nicaragua, a quien siguen Ecua­dor, Panamá, Jamaica, Honduras, Argentina, Bolivia, Perú y Chile con magni­tu­des entre el 75% y el 50%, respectivamente.

Para tratar de explicarse este insuperado déficit externo, Humboldt buscaría al menos dos in­di­ca­do­res que le mostrasen el tipo de la especialización económica internacional que ac­tualmente ca­rac­terizaría a Latinoamérica según su intercambio de bienes con el exterior. La com­paración del peso que las manufacturas tienen en el valor de las exportaciones e importaciones deja nueva­men­te manifiesto las grandes diferencias de especialización económica y comercial entre el  ‘Norte’ y ‘Sur’ americanos: en tanto ambos rubros representan el 80% del comercio exterior de la EE. UU., y Canadá, las exportaciones de manufacturas latinoamericanas no pasan del 48% en tanto sus importaciones procesadas ascienden a casi el mismo 80% de sus vecinos nor­te­ños. Sin embargo, México –desde 1994 asociada comercialmente a EE.UU., y Canadá- y Cos­ta Rica cons­ti­tuyen excepciones notables muy cercanas al modelo norteamericano, paí­ses a los que sigue el Bra­sil, teniéndose que men­cionar el exó­­tico caso de Haití. De querer ahondar un poco más en este indicador sectorial, Humboldt en­contraría, como hace 200 años, que existiría una sustancial diferencia cual­ita­ti­va entre las manufacturas exportadores por ambas grandes regiones america­nas: equi­pos, pro­ductos de alta tecnología e insumos de compleja composición por parte del ‘Nor­te’ y pro­duc­tos finales o semiprocesados misceláneos de relativa complejidad técnico-pro­ductiva, pro­pios de los países del ‘Sur’, caracterización a la que no escaparían Brasil, México, Argentina y Costa Rica; como se ha dicho altamente exportadores de ma­nu­fac­turas.

Para finalizar este repaso sobre el sector externo del continente Humboldt escrutaría el papel y peso que tienen las inversiones extranjeras en los países y regiones americanas. En principio señalaría que en 1998 el continente americano en su conjunto recibió el 46% de la inversión extranjera directa que se movilizó entre los diferentes mercados financieros del mundo; aunque Humboldt. no se sorprendería al verificar los capitales extranjeros directos dirigidos a EE.UU., y Canadá superaron en 3 veces a los que tuvieron por destino al resto del continente en dicho año.  Estimaría igualmente consecuen­te que un solo país, Brasil, acaparase un mismo 46% del total del capital extranjero invertido en el ‘Sur’; lo que a su vez explicaría que los ‘tres grandes’ latinoamericanos absorbiesen casi el 70% de todo el capital extranjero recibido. No obstante, Humboldt advertiría el bajo peso relativo que en dicho flujo -al menos durante 1998- tuvieron México (14,4%) y Argentina (8,9%), el primero su­pues­tamente favorecido por las inversiones norteamericanas en virtud de su asociación co­mer­cial con EE. UU y Canadá; socio que de todas maneras casi recibió tanto capital extranjero  como el conjunto de los 5 países andinos; o si se quiere casi 4 veces más que sus vecinos centroamericanos.

No obstante, al examinar lo que le cuesta a los países latinoamericanos el ‘servicio’ de la men­cio­nada inversión extranjera, Humboldt indicaría la otra gravosa hipoteca que han contraído los paí­ses ‘sureños’ al tener que suplir con capitales externos la baja, cuando no inexpresiva, capacidad de ahorro interno y auto-capitalización. Medida en términos de lo que cada región y país debe des­tinar de sus exportaciones de bienes y servicios para pagar los reembolsos habituales de inte­re­ses y utilidades de los capitales foráneos admitidos, encontrará que en conjunto Latinoamérica debe destinar casi 1/4 parte de sus ingresos ordinarios en divisas para atender tales com­pro­mi­sos; carga que sobre pasa el 1/3 en los países del Mercosur, de los que Argentina debe com­pro­meter casi el 50% de tales ingresos ordinarios en divisas. Ejemplar le parecería la situación de Mé­xico y países cen­troa­me­ri­ca­nos, una vez más con la excepción de Nicaragua, como también la de Venezuela dentro de los países andinos.

Para resumirse –fiel a una de sus pautas de trabajo científico en este campo socio-económico-, y cara la factibilidad de la pretendida ‘ALCA’, Humboldt trataría de obtener una visión global o de conjunto de todos los indicadores analizados, propios a un sector clave en la pretendida alianza comercial americana. Sin duda, y siendo tan expresivamente manifies­to el enorme déficit que en todas sus cuentas del sector externo padecen los países latinoamericanos –tanto o más de lo que adolecían hace 200 años- Humboldt se anticiparía a señalar el gigantesco aporte –préstamos a larguísimos plazos y bajas condiciones de amor­ti­za­ción, moratoria o reconversión de deuda antigua; inversiones directas orientadas fun­da­men­talmente a la exportación, entre otras acciones-  que deberán efectuar los EE. UU., y Ca­nadá para que la mencionada ’ALCA’ pueda llevarse a cabo en el corto y perentorio plazo previsto; el año 2005 según lo acordado unánimemente en la reciente ‘Cumbre’ de Quebec.

Muy seguramente Humboldt habría querido contrastar los anteriores y pocos alentadores indica­do­res del ‘sector externo’ con otros que a nivel macro-ecnómico permitiesen encontrar algún tipo de convergencia entre las economías y sociedades de ambos hemisferios americanos y que por lo mis­mo compensasen las notables desventajas que de entrada harían extremadamente de­pen­diente o subordinada la posición de los países latinoamericanos respecto de EE. UU., y Ca­na­dá dentro de la pensada ‘ALCA’. Aunque hace 200 años no había lugar para este tipo de análisis –por lo irrelevante del tema en los inicios de la economía liberal- pero reconocido el valor estratégico que en las negociaciones internacionales actuales poseen los temas ener­gé­ticos y sobre todo ecológicos, Humboldt confrontaría algunas variables claves al respecto.

Conforme a las cifras del Cuadro nº 5 las sensibles disparidades hasta ahora existentes entre el ‘Norte’ y ‘Sur’  del continente se harían menos gravosas para estos últimos en lo referente a las prin­cipales variables ‘ecológicas’, en particular en cuanto a dos de las principales fuentes de con­ta­minación: el con­su­mo de energía comercial y el volumen de pasajeros transportados por vía aérea. Aunque ambos indicadores sean a su vez expresión directa de las discrepancias absolutas en cuanto a nivel e intensidad de los sectores industriales y actividad económica en general que di­ferencia a uno y otro tipo de economías, para Humboldt estaría claro que según los valores de con­sumo de energía comercial por habitante los sólo EE. UU., -el país más contaminador del pla­ne­ta en la actualidad- degrada el medio ambiente americano –y por ende mundial- en algo más de 5 veces que el resto de países latinoamericanos y del Caribe. Sin embargo, y una vez más en ra­zón del  mayor grado de desarrollo industrial relativo, Humboldt recalcaría el alto nivel de con­su­mo de energía comercial -y por ello mayor nivel pro-contaminador interno- de los países del Mer­co­sur, en particular de Brasil y Argentina; a los que siguen Venezuela, y en  menor proporción, Mé­xico y Chi­le.

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Cuadro nº5: ‘ALCA’: algunos indicadores medio-ambientales.

Aunque para comienzos del siglo XIX nadie podría imaginar el vertiginoso desarrollo que la avia­ción comercial experimentaría a partir de comienzos del siguiente siglo, pero atenido a los cada vez más desalentadores informes sobre los efectos negativos que los últimos sis­te­mas de trans­por­te aéreo de uso comercial –por ahora sólo personas- tienen sobre el medio am­biente, Hum­boldt señalaría que casi la mitad -48%- del total mundial de pasajeros mo­vi­li­za­­dos anualmente por vía aérea corresponden a vuelos realizados dentro del continente ame­­ricano, recalcando con ello la carga autodegrativa que sobre su atmósfera generan los paí­ses americanos. No obstante, al momento de matizar las cifras absolutas corres­pon­dien­tes, y dejando por fuera los casos atípicos de algunas islas del Caribe, Humboldt encontraría que el mayor, en verdad casi todo el peso de dicha carga negativa sobre el medio ambiente ex­terno, lo asumen –una vez más- los EE. UU., con sus casi 600 millones de pasajeros trans­­portados anualmente, indicador este equivalentes a una media de 63 pasajeros por Km2, la mayor cifra del continente a excepción de El Salvador. Así también, Humboldt relevaría la baja me­dia pasajeros/Km2 tanto del Canadá como de los mayores países suramericanos, en es­pe­cial los llamados ‘amazónicos’, uno y otros dueños aún de in­men­sos territorios des­poblados e incultos donde la incidencia del transporte aéreo es todavía mínima.

Como se sabe, Humboldt fue uno de los primeros que en su tiempo llamó la atención sobre el efec­to negativo –económico y por ende ambiental- que tenía la mala –cuando no pésima- uti­li­za­ción de los bosques aledaños a los principales centros mineros y urbanos ame­ri­canas[9]. Por ello, y sabiendo que los antiguos dominios coloniales iberoamericanos habían ini­ciado tem­prana­mente un proceso de devastación de sus bosques naturales y selvas tro­pi­ca­les, Humboldt habría querido com­probar el papel inverso bio-degradador que en este terreno podría ser imputable a los países del ‘Sur’. Así comprobó que en términos planetarios, y durante el quinquenio 1990-1995, Latino­amé­rica destrozó 6.7 más Km2 de bosques y selvas por habitante que el resto de las regiones del mundo. Igualmente, Humboldt apreciaría el aporte reforestador efectuado por los EE.UU., y Ca­na­dá quienes durante el mismo lapso alcanzaron una tasa negativa de –25 km2 por ha­bitante; en tanto los países latinoamericanos y del Caribe devastaron 5,5 veces el equi­valente de los bosques que habían replantado aquellos; tasa que se convertía en 7.3 veces en el caso de los países de la Co­munidad Andina (Bolivia 29.5 veces y Ecuador 7,8 veces); seguidos éstos de las 6,5 del Mer­co­sur (7 veces en Brasil y 9,5 veces en Paraguay) y de los no poco escandalosos ejemplos de Nica­ra­gua (13,2 veces), Panamá (10 veces) e incluso Costa Rica (5,2 veces.

Así las cosas y repartidas casi por igual los efectos negativos que sobre el medio ambiente –at­mós­fera y naturaleza- ejercen todos los países americanos, Humboldt señalaría con premura el gran esfuerzo común que en ambos sentidos deberían asumir de inmediato los países al momento de implementar la pretendida ‘ALCA’, alianza que como está pactado deberá ir mucho más allá de sus visibles objetivos comerciales. Pese a la explícita negativa estadounidense en contra del cum­pli­­miento  del ‘Protocolo de Kioto, Humboldt reclamaría que es imposible continuar -y menos aún acen­tuar- el espectro devastador medioambiental que se cierne al interior del continente. In­sis­tiría que los países americanos tendrían que asumir prontos y eficaces programas regene­ra­ti­vos me­dio­ambientales y atmosféricos, no sólo a nivel urbano-industrial (EE.UU., y Canadá) sino res­pecto de los bosques tropicales y selvas amazónica y centro­ame­­ricana (Brasil, Perú, Bolivia, Ecua­dor, Co­lombia, Hon­du­ras, Nicaragua y Costa Rica), degradación ésta últimamente asociada en varios países suramericanos con densos procesos de desplazamiento poblacional, y lo que es todavía peor, con la producción y comercio de narcóticos[10].

Vistos los indicadores macro-económicos más relevantes a la comparativa intra-regional americana, y no pudiendo permanecer ajeno a las más recientes tendencias en cuanto a la naturaleza y dinámica que caracteriza a la economía mundial en los albores del 3er milenio, Humboldt escrutaría con algún detalle los principales datos concernientes a lo que hoy suele considerarse como el ‘epicentro’ de la economía mundial: los mercados internacionales.

Como en su momento, y puesto a comparar las diferencias sustanciales que existían en cuanto al grado y for­ma de desarrollo europeo y americano a comienzos del siglo XIX, y habiendo com­pro­ba­do el extremo ‘gap’  que aleja en la actualidad a las eco­nomías y sociedades del ‘Norte’ y ‘Sur’ americanos, Humboldt encontraría apenas con­secuente que durante el decenio 1987-1997, EE.UU., y Canadá hubiesen contado -cara al resto del continente-, con 16 veces más de científi­cos e ingenieros -por millón de habitantes- dedicados a la investigación y al desarrollo científico; sien­do ésta una de las claves que explicaría el histórico adelanto y atraso, respectivamente, de los países americanos en su carrera por el liderazgo económico mundial. Con relativa salvedad, Humboldt llamaría la atención sobre los singulares casos de Argentina, Chile y sobre todo Costa Rica quienes sobrepasan en  3, 2 y 2,4 veces la media latino e iberoamericana, respectivamente; advirtiendo los sorpresivamente bajos puestos ocupados por Brasil y México –el primero la mitad de la media latinoamericana y el segundo apenas igual a aquella-; ambos por debajo de Ecuador, Colombia, Perú y Venezuela[11].

Humboldt confirmaría las anteriores observaciones al repasar el número de patentes regis­tra­das en América. Sin embargo, señalaría el relativamente bajo peso de EE. UU., y Canadá –16%-en cuan­to al total mundial de patentes registradas por residentes,  ponderación que se reduce al 7% en el caso de solicitudes efectuadas por no residentes. Al interior del continente americano Hum­boldt advertiría que los países latinoamericanos residentes registraron casi 15 veces menos de pa­tentes que sus dos vecinos del ‘Norte’, siendo el alguna forma resaltable el relativo esfuerzo

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Cuadro nº6: ‘ALCA’, algunos indicadores tecnológicos inter­na­cio­nales.

‘pa­tentizador’ de Argentina y México. Sin embargo, y en virtud de los registros efectuados por no re­sidentes en México y Brasil[12]  -y en menor medida en Argentina- los países iberoamericanos al­can­zaron el 72% de los registros de no residentes efectuados en EE.UU; superando en un 59% los registros equivalentes computados en Canadá.

Si las anteriores variables están relacionadas con los niveles de capitalización de los mercados bur­sátiles, Humboldt hallaría igualmente consecuente que en virtud del liderazgo científico-pro­ductivo de EE.UU., el 46% de la capitalización mundial se concentre en las bolsas de dicho país, epicentro de la capitalización mundial después de la IIª Guerra Mundial. No menos explicable se­ría para Humboldt que los países latinoamericanos tuviesen una capitalización bursátil  casi 29 ve­ces menor que la estadounidense; proceso apenas perceptible en Brasil y México y sorpresi­va­men­­­te en Canadá.

Al observar el número de empresas nacionales que cotizan en bolsa, Humboldt vería igualmente claro que EE.UU., y Canadá participasen con el 27% del total mundial y que el número total de empresas nacionales latinoamericanas operantes en bolsa sean apenas 4 veces inferiores al total estadounidense; en lo que Brasil, Chile, Perú, México, Colombia y Argentina, respectivamente, jugaron un papel relevante.

Encarando la posición relativa de los países americanos respecto de las nuevas tec­no­lo­gías, Hum­boldt encontraría que es en este sector donde se da ya el más extremos de loas abismos en­tre el ‘Norte’  y ‘Sur’ americanos. En primer término, observaría que los EE. UU., y Canadá po­seen 4,5 veces más líneas telefónicas fijas por mil habitantes que la medida mundial; relación que es 5,5 veces mayor respecto del resto del continente americano que en conjunto –y en virtud del bajo pe­so latinoamericano- queda ubicado por debajo de la media mundial; déficit sub-continental del que apenas escapan Uruguay, Chile, Argentina y si acaso Colombia. Cu­rio­sa­mente, Humboldt aña­diría que esas mismas relaciones y desproporciones relativas se dan, casi en los mismos gua­ris­mos, en el moderno sec­tor de la telefonía móvil y en la que Venezuela, Argentina,  Chile, Uru­guay, Colombia y Brasil serían en su orden los menos retrasados en la incorporación de estas nue­vas tecnologías claves en la economía global.

Metido en el meollo mismo de las nuevas tecnologías, Humboldt observaría una manifiesta re­lación directa entre el indicador anterior y las dos variables claves a lo que hoy en día se dice es el motor de las nuevas tecnologías: Internet. Anotaría que los EE.UU., y Canadá exceden en 6,3 ve­ces más la media mundial de PCs por cada mil habitantes; advirtiendo con notable sorpresa que am­­bos países superan en 13,5 veces los ordenadores instalados en Latinoamérica y el Caribe; me­­dia sub-continental que es algo menos de la mitad de la media mundial; siendo Uruguay, Ar­gen­­tina, Chile, México y Venezuela los pocos países iberoamericanos que apenas superan la po­bre media ibero­ame­ri­cana. Sin embargo,  EE.UU., poseen casi 15 veces más de ‘hots’ o ser­vi­do­res de internet, respecto del promedio mundial; diferencia que se hace casi astronómica –163 ve­ces más- cara el resto del continente americano; sub-continente que está 5,5 veces por debajo de la media mundial; marginamiento internacional del que, una vez más, escapan en alguna forma Uruguay y México, y si acaso, Argentina, Chile, Brasil y Costa Rica.

Abocado a resumir la posición relativa de los ex-dominios españoles y portugueses cara la ‘nueva economía’ a la que dichos países pretenderían acceder a través de ‘ALCA’, Humboldt, además de mirar con acentuado escepticismo las posibilidades inmediatas de dicha incorporación, advertiría sobre el gigantesco esfuerzo colectivo que los países latinoamericanos tendrían que hacer no sólo en las infraestructuras físicas relativas, sino en el desarrollo empresarial y modernización de los mer­cados locales –laboral, financiero y bursátil, especialmente- en torno a los cuales debería girar una creciente modernización y recapitalización empresarial centrada en torno a las nuevas tec­no­lo­­­gías; cosa que difícilmente podrá acometerse a corto o mediano plazo de no contarse con un apor­te –igualmente gigantesco- de la inversión y tecnología extranjera, que por razones de la ló­gi­ca interna de ‘ALCA’ deberán ser, una vez más, de origen predominantemente norte­ame­ri­ca­no.



[1] Para entonces, y por varios años más, los reales límites de la antigua Luisiana española eran y fueron muy imprecisos. Se sabe que durante sus repetidas entrevistas en Capitol Hill, llevadas a cabo en junio de 1804, Humboldt y Jefferson dedicaron varias horas a revisar sobre mapas, parte de ellos aportados por Humboldt -todos ellos pertenecientes al rico archivo virreinal de la capital mexicana, de donde se dice los copió-, lo que España consideraba como territorios propios a sus antiguas PP.II. Merill D. PETERSON: Thomas Jefferson and the new nation. A biography. New York 1970; pp. 738 y ss.   

[2] Las cifras y análisis aquí intentados tienen su propio ‘bias’ cuantitativo: antes que nada, para 1825-1828 los EE. UU.,  habían logrado ya un aumento importantísimo de su base territorial (compras de la Luisiana, Flo­­­ridas y adquisiciones de tierras indias en el Norte y Nor-Oeste) con un desmedro real de la cuota ibe­ro­ame­­­ricana. No obstante, para el final del milenio ambos extremos objeto de comparación quedaron afec­ta­dos en razón del ajuste técnico impuesto por los últimos sistemas de medición espacial empleados para la medición efectiva del espacio terráqueo, sabiéndose que en ver­dad Ibe­­roamericana experimentó pérdidas (Texas) o cesiones (Nuevo México, Arizona y California) sig­ni­fi­ca­tivas de su territorio original en favor de los expansivos EE.UU. 

[3] La expansión colonial europea, inglesa en particular- sobre Asia y luego África, como la posterior y más re­ciente expansión sobre el Sur y Este asiáticos por parte del Imperio ruso y república soviética (URSS), no se­rían de por sí ho­mo­lo­ga­bles a la experiencia norteamericana en tanto ninguna de tales ‘conquistas’ lo­gra­ron constituir un efectivo y real dominio y unidad político-territorial como finalmente han sido los EE. UU.

[4] A pesar de las aún notorias disimilitudes, la anterior conclusión la habría sacado Humboldt al comparar los totales del ‘Norte’  y ‘Sur’ americano y de la Unión Europea, cuyos datos –según el mismo ‘Informe’ del Banco Mundial- para 1999 serían:

                                                         Población (Mill.)   Extensión (Miles Km2)  PNB X hbte/PPA  (Miles de U$)

Norte América:...................................................       304                       19.335                            28.101

Latinoamérica y Caribe....................................       506                       20.477                              6.280

Países del Norte de la UE (11 países)...........       253                        2.148                             24.317

Irlanda y países del Sur  de la UE (4 países)       122                         1.101                             16.404

[5] La única excepción sería el Brasil que mantuvo una forma de gobierno monárquico hasta  1889.

[6] Para los detalles nacionales ver el Cuadro nº A-2 del Anexo.

[7] Esto obviamente de confirmarse que ese sea el gasto nacional en defensa, cosa que de entrada resulta difícil de confirmar.

[8] Aunque los años bases de comparación no son los mismos  (1998 para la deuda y 1999 para el PBI), los re­sultados cambiaran muy poco de contarse con los datos de 1999 para la deuda externa.

[9] En el caso de la Nueva Granada, no obstante maravillarse de la riqueza, variedad y exuberancia de los bosques del virreinato, Humboldt se lamentó repetidamente del uso anti-económico -y por ello ‘..contrario y malo a la naturaleza’ - que se daba a ciertos tipos de maderas en la semi abandonada minería de plata y cobre en torno a Mariquita y Villeta (ED, VII a y b; 56; pp. 40a y ss.); como el agotamiento de los bosques silvestres –con el consiguiente encarecimiento de la madera utilizada para usos domésticos- en torno a Santafé, Cartagena, Popayán, entre otras capitales. (ED, VII a y b; 57; pp. 41a y ss.). Repitió similar crítica respecto del uso devastador que se daba a los bosques en torno a Zipaquirá y pésima explotación de sus salinas (ED, VII a y b; 143; pp. 64a; 65a y ss.); y denigró también de los malos sistemas de calefacción urbana (ED, VII a y b; 191; pp. 103a).

[10] En el caso de los países andinos, Humboldt seguramente llamaría la atención sobre el efecto tanto o más destructor que las actuales y drásticas fumi­ga­ciones anti-narcóticas tienen sobre inmensas áreas de la naturaleza y agricultura de países como Colombia, Bolivia y Ecuador.

[11] En principio, Humboldt bien podría suponer que buena parte del desarrollo industrial alcanzado por Bra­sil y México descansó y descansa en una tecnología  aportada por los inversionistas extranjeros, en particular por las grandes multinacionales norteamericanas y europeas radicadas en dichos mercados.

[12] Estas cifras confirmarían la anterior suposición de Humboldt .

 

  

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