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Stand: 12. August 2005
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HiN                                                      III, 5 (2002)

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Miguel Ángel Puig-Samper y Sandra Rebok
(Instituto de Historia. CSIC.)

Un sabio en la meseta.
El viaje de Alejandro de Humboldt a España en 1799

 

3. El viaje de Alejandro de Humboldt a España

            En este contexto, cabe preguntarse qué papel jugó el viaje por España en la obra de Alejandro de Humboldt. La pregunta parece sencilla a primera vista, pero la realidad es que la abundante historiografía humboldtiana ha desconocido alegremente su respuesta, pensando que el paso de Humboldt por España había sido simplemente eso, un paso hacia las regiones tropicales de América. Como mucho, alguno de nuestros historiadores de la geografía, quizá recordando los pioneros trabajos de Amando Melón y Germán Bleiberg, nos ha recordado levemente que fue Alejandro de Humboldt el descubridor de la meseta en la Península Ibérica, sin resolver la duda de dónde hizo este descubrimiento geográfico y dónde publicó sus resultados científicos, quizá con algunas excepciones como la de Horacio Capel que indica claramente la contribución de Humboldt en la revista alemana Hertha en 1825.

 

            En el curso de nuestra investigación sobre la estancia de Humboldt en España, descubrimos que ya en 1808 se había publicado en el libro del geógrafo Alexandre Laborde una pequeña Notice sur la configuration du sol de l’Espagne et son climat firmada por Humboldt, luego publicada en español en Valencia en 1816, que ofrece la novedad de explicar la presencia de la meseta en la Península Ibérica e incluso de compararla con el altiplano mexicano en un gráfico muy llamativo que pretende buscar la similitud entre España y Nueva España, así como en la situación de sus capitales y que además incluye alguna referencia de cierta gracia, según la interpretación que se quiera hacer, como el comentario de Humboldt sobre la situación del palacio de San Ildefonso sobre el que apunta que ningún otro monarca europeo tenía un palacio en la región de las nubes. A pesar de la novedad de esta publicación, fue realmente en el artículo publicado en la revista alemana Hertha en 1825, donde la argumentación científica es más precisa, se dan las nivelaciones barométricas y se ofrece el perfil topográfico peninsular, lo que nos ha hecho considerar la necesidad de la traducción al español de este trabajo de Alejandro de Humboldt titulado Sobre la configuración y el clima de la meseta de la Península Ibérica (Über die Gestalt und das Klima des Hochlandes in der iberischen Halbinsel).

 

            La forma de presentación de Humboldt de sus investigaciones en la Península es bastante curiosa, ya que a pesar del tono estrictamente científico de su escrito, guía al lector desde un manuscrito desaparecido muchos años atrás, a través de una carta a su editor el profesor Berghaus, con la intercalación de notas de su Diario –hoy perdidas- y con datos obtenidos de sus corresponsales españoles, especialmente Felipe Bauzá, además de la inclusión de los perfiles peninsulares, que ya había dado a conocer en el Mapa Civil y Militar de España y Portugal, editado por Alexis Donnet en París en 1823, y en el Atlas de su obra sobre el Nuevo Continente. Lamentablemente el estudio de Alejandro de Humboldt sobre España no tiene la riqueza literaria de muchos de sus escritos –recuérdense por ejemplo sus maravillosos Cuadros de la Naturaleza-; más bien constituye un ensayo científico de gran valor, aunque alejado de las observaciones personales del habitual relato del viajero ilustrado y quizá también condicionado por el generoso permiso de viaje concedido por las autoridades españolas. Es, en este sentido, muy diferente del Diario de viaje a España (1799-1800) de su hermano Wilhelm, quien pocos meses después de la salida de Alejandro hacia tierras americanas, viajaba por España en compañía de su esposa Carolina y de sus tres hijos, dejándonos unas interesantes descripciones de las ciudades recorridas, sus vivas impresiones de los personajes conocidos, muchos de los cuales habían tratado a Alejandro, y en general una pintura más expresiva de la España de entonces.

 

Alejandro de Humboldt parece tener además la obsesión de que la presentación de algunos de sus resultados científicos y especialmente sus notas autobiográficas, aparecieran de la mano de terceras personas, como si quisiera distanciarse de sus propias observaciones y al mismo tiempo asegurar el compromiso de alguna autoridad científica con su obra.

 

En el caso de Berghaus, éste parece que proyectaba en esta época un trabajo geográfico sobre la Península Ibérica y ya había publicado el trabajo sobre Portugal de Wilhelm Ludwig von Eschwege, que el propio Humboldt le hizo llegar con su artículo sobre España. Dado que se ha conservado la correspondencia de Berghaus, podemos saber que en el proceso de edición del trabajo de Humboldt sobre la geografía peninsular, el editor alemán transformó el texto en alguna parte, aunque sólo es significativa su censura a la crítica de Humboldt sobre algunos resultados de las mediciones de Isidoro de Antillón y más aún, la eliminación de una frase en la que Humboldt hacía alusión al exilio de su amigo Felipe Bauzá en Londres debido a la tiranía del rey Fernando VII.

 

            Si en América Humboldt se presenta como un nuevo Colón, el redescubridor del continente americano, como muchos quieren, su exploración de la Península es mucho más limitada, ya que encierra datos y observaciones referentes a la geografía, la climatología y la geología peninsular de sumo valor, que luego ampliará en Canarias, pero no ofrece la visión global, holística, que aparecerá en su obra americana. Quizá era demasiado pronto o simplemente la escala peninsular le ofrecía un interés menos amplio, aunque suficiente para ensayar su imponente colección de instrumentos científicos, a pesar de las reticencias de las gentes, según expresa en alguna de sus cartas, como la dirigida al barón de Zach en la que le comentaba que los campesinos pensaban que adoraba la luna cuando hacía sus observaciones astronómicas.

 

En este sentido, también algún historiador alemán ha transmitido una imagen de la España de finales del siglo XVIII algo desenfocada o al menos incompleta, aunque nos permita el pequeño juego de imaginar a Alejandro de Humboldt, a lomos de su particular rocinante, atravesando las tierras de España acompañado de su buen Aimé, pertrechado de toda clase de instrumentos y con el barómetro en ristre, como un nuevo caballero andante de la ciencia que debía medir y observar todo y enfrentarse a los peligros de la superstición. Puede que haya algo de verdad en esta imagen quijotesca, pero también hay que indicar que, junto al atraso de las gentes del campo que Humboldt vio y sufrió, también se benefició del conocimiento de los científicos españoles de su época, como queda bien reflejado en el artículo de Hertha, donde además de mostrar su devoción por Bauzá, maneja los datos de otros sabios como Jorge Juan, Isidoro de Antillón, Chaix, Betancourt o José Joaquín Ferrer.

 

A pesar de esta última afirmación, es cierto que el nivel de conocimientos en lo que se refiere a la posición de las ciudades españolas era más bien escaso. Los datos que suministraba la obra de Tofiño, especialmente su Atlas marítimo de España (1789), eran discutibles, las cartas de Tomás López no eran demasiado exactas, se discutían todavía las posiciones de ciudades como Madrid, Cádiz, Barcelona, Valencia, Cartagena, La Coruña y el Ferrol, atendiendo a las observaciones de sabios extranjeros -como Lalande, Méchain o Triesnecker- y españoles, como Bauzá, Antillón, Chaix, López, Ferrer, Mazarredo o el barón de la Puebla-Tornesa, tal como demostraba el Recueil d’Observations astronomiques..., que había publicado el propio Humboldt con el astrónomo Jabbo Oltmanns en 1810, con interesantes discusiones sobre las observaciones hechas en España.

 

Respecto a estas mediciones de la longitud y la latitud de las ciudades españolas, Humboldt dio una especial importancia a la posición de Madrid como punto indiscutible de referencia para el resto de las posiciones peninsulares, tal como demuestra en su trabajo con Oltmanns, donde explicaba cómo había hecho sus observaciones en el palacio del duque del Infantado, cerca de la Plaza Mayor de Madrid, y recomendaba seguir con las mediciones, un consejo que se vería plasmado en las polémicas publicadas en la revista Variedades de Ciencias, Literatura y Artes.

 

Lo llamativo en el artículo de Hertha es que, desentendiéndose de la posición de la capital, Humboldt centra su atención en la altitud de Madrid como punto central de referencia para sus determinaciones barométricas. No hay que olvidar que en este caso Humboldt buscaba la determinación de la tercera dimensión peninsular para poder ejecutar adecuadamente sus perfiles (Valencia-La Coruña y Sierra Nevada-Pirineos), en los que quedaba demostrada claramente la conexión de las mesetas y el relieve general de la Península Ibérica. Es también interesante cómo Alejandro de Humboldt basa su determinación de 340 toesas para la altitud de Madrid en las observaciones realizadas por Felipe Bauzá, en 1820, en la casa del Depósito Hidrográfico, consideradas por él como las de mayor fiabilidad.

 

El recorrido del itinerario del sabio prusiano permite por una parte reconstruir perfectamente su recorrido por tierras españolas, algo imposible de otra manera dado su silencio en la mayor parte de su gran obra publicada y por la desaparición de las páginas peninsulares de su Diario, así como precisar sus observaciones geológicas, guiadas casi siempre por su obsesión comparativa con las de otras zonas. Asimismo, Humboldt hizo en su artículo en Hertha algunas consideraciones sobre el clima peninsular, destacando la modificación climática del interior como consecuencia de la elevación de la meseta, que llevaba asociada la presencia de un auténtico clima continental, en contraste con el suave clima de las costas. En fin, se trata de un texto manifiestamente científico y bastante escueto, alejado de las preciosas descripciones que realizó en el caso de las islas Canarias, donde además de su valoraciones científicas sobre temas de gran trascendencia científica como el vulcanismo o la geografía vegetal, nos dejó unas bellas páginas sobre la población aborigen y la sociedad canaria de finales de siglo.

 

Finalmente hay que indicar la escasa atención de la investigación humboldtiana internacional sobre el viaje de Alejandro de Humboldt a la Península Ibérica, algo que esperamos que se resuelva parcialmente con la presentación de esta traducción de su obra sobre España, en la que el sabio prusiano nos descubre parte de nuestra identidad geográfica*.

 

 


* La traducción del texto de Humboldt es de Sandra Rebok, José Mª Artola y Ramón Morales, con una revisión de la redacción de Miguel Ángel Puig-Samper. Hay que advertir que se han corregido los errores en los nombres de personas y en los topónimos.

 

 

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