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Stand: 12. August 2005
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Alejandro de Humboldt y la Antropología

Jaime Labastida

La expedición de Humboldt fue deliberadamente, en cuanto a sus propósitos conscientes, una expedición científica "pura". Los propósitos implícitos en el viaje de Humboldt consistían en la elaboración de una antropología comparada de las costumbres y prácticas de los pueblos; una antropología que auxiliara en el estudio de la influencia del clima sobre el hombre; un diccionario comparado de las lenguas; una anatomía comparada de los pueblos y un museo de etnografía comparada. Humboldt intenta siempre establecer comparaciones lingüísticas entre los pueblos del viejo y el nuevo mundo, continuamente compara las culturas de uno y otro continente, en todo momento establece paralelismos entre los pueblos de las más diversas regiones y, por lo que toca a la anatomía comparada, ha de recoger un cráneo y un esqueleto completo del cementerio de los aturianos, en el Alto Orinoco. En última instancia, la antropología, en los inicios del siglo XIX, no puede aspirar a más que lo logrado por Cuvier: una clasificación anatómica estática de las características humanas, que había de ser preludio del análisis dinámico del hombre realizado poco después por Darwin, o a lo hecho por Humboldt: un estudio comparado de las antiguas altas culturas de Europa, Asia y América.

Se ha reprochado a Humboldt el que, pese a su enorme cúmulo de conocimientos, no haya descubierto, como Newton o Darwin, una ley científica universal. Pero este reproche olvida que Humboldt fue el primer en demostrar científicamente, merced a sus observaciones de geología y mineralogía, la unidad geológica del globo terrestre, manifiesta en que las mismas capas sedimentarias se encuentran tanto en el viejo como en el nuevo mundo; que gracias a sus investigaciones de zoología y geografía, tanto física como humana, echó por tierra las afirmaciones de todos cuantos habían sostenido la "degeneración" o la "inmadurez" de América; que fue el fundador de nuevas ramas científicas; que su viaje al nuevo continente (1799-1804), por sus resultados, ejerció una enorme influencia sobre la ciencia de su tiempo; que el viaje amplió de una manera notable la visión que entonces se tenía del mundo y que contribuyó a hacer avanzar las ciencias naturales y humanas en todos sus dominios. Pero este reproche olvida, por encima de todo, que al llevar hasta sus últimas consecuencias el método comparativo (en historia y antropología, en botánica y zoología, en geología y geografía, entre otras disciplinas), Humboldt rompió para siempre la antigua visión estática de la naturaleza y abrió las puertas para que las ciencias naturales pudieran acercarse a un objeto en desarrollo, a un mundo que evolucionaba, y que, por lo tanto, no era susceptible de ser tratado de una manera quieta.

Podemos afirmar que el viaje de Humboldt por América fue bastante más que un "segundo descubrimiento" del continente que Colón halló interpuesto en su camino al Asia. Hizo eso, por supuesto, y más: sentó las bases de una valoración científica del planeta entero que habría de culminar, después de su viaje por tierras asiáticas, cuando el científico era algo más que septuagenario, en su Cosmos, que no por casualidad lleva el subtítulo de Ensayo de una descripción física del mundo. Al respecto, cabe recordar que esta idea de unidad o cosmos había nacido en el espíritu de Humboldt desde su viaje americano, y había ya encontrado expresión en el estudio comparado que se presenta en los Cuadros de la naturaleza, escritos el año de 1808.
El método de que Humboldt se vale, y el propósito que persigue, ha sido bien descrito en estas palabras: "La Naturaleza, que forma un todo, debe ser comprendida y estudiada como un todo; esta noción, cara a Goethe y los enciclopedistas, determina de un modo riguroso la elección del método humboldtiano. Una sola regla prevalece: es necesario medir, pesar, calcular los fenómenos naturales; sólo mediante una multitud de observaciones y determinaciones es como Humboldt, fiel al empirismo razonado que constantemente reivindica, va a estudiar los mil aspectos de la naturaleza americana. Ésta es la razón por la que concede una enorme importancia a los instrumentos de medición que ha llevado consigo en su viaje".

En efecto, Humboldt es un científico; pero es también, y esto es particularmente visible en su juventud, un hombre sensible y apasionado, un artista. No sólo está preocupado por la veracidad de cuanto escribe, sino por la belleza de lo que le rodea. Es heredero del Renacimiento, pero también de los enciclopedistas; participa del pensamiento romántico y gusta, como el joven Werther, de establecer una comunicación entre el paisaje y el espectador. "La impresión que en nosotros deja el espectáculo de la naturaleza es provocado en menor medida por la fisonomía particular del paisaje, que por la luz bajo la cual se destacan los montes y los campos, ya iluminados por el azul del cielo [...]. Pues el mundo físico exterior se refleja, como en un espejo, sobre el mundo moral interior. El perfil de las montañas que se dibujan en el horizonte, como en una lejanía nebulosa, [...] en fin, todo cuanto constituye el carácter de un paisaje, se anuda, por un antiguo lazo misterioso, a la vida del hombre."

Es necesario señalar que el sabio prusiano buscaba unir de modo orgánico emoción e inteligencia. En este sentido, pues, se inscribe por propio derecho dentro del círculo de los pintores que han sido considerados como los "descubridores" del paisaje mexicano y americano en general; antes que Rugendas, Gros, Egerton o Nebel, Humboldt dibujó, "en circunstancias con frecuencia penosas", como él mismo lo dice, varios aspectos del paisaje mexicano y de América del Sur, y los dio a conocer en Europa, lo mismo en su Atlas que en el Ensayo político sobre el Reino de Nueva España.

La intención de Humboldt en cuanto a la reproducción de los dibujos que se refieren a los restos de monumentos precolombinos, como él los llama, es otra cosa muy distinta. En primer término, no le parecen en modo alguno bellos: su criterio estético está apoyado sobre los nódulos del arte clásico o, en otro sentido, el neoclásico de su época.

Pero, entonces, cabe preguntarse, ¿de dónde proviene el interés de Humboldt por dar a conocer estos monumentos? Humboldt es claro: se trata de monumentos que tienen importancia histórica, que sirven para mostrar, de una parte, los posibles vínculos que existieron entre los pueblos del viejo y el nuevo mundo, antes de la conquista y, por otra, arrojan luz sobre el desarrollo del hombre hacia la civilización: "Cuando, en el curso de estas investigaciones -precisa Humboldt- empleo las expresiones monumentos del nuevo mundo, progreso en las artes del dibujo, cultura intelectual, no he deseado dar a entender con ello un estado de cosas que indique lo que, vagamente, se llama una civilización avanzada. Nada es más difícil que comparar naciones que han seguido caminos diferentes en su perfeccionamiento social. Los mexicanos y los peruanos no podrían ser juzgados según los principios extraídos de la historia de los pueblos a los que nuestros estudios nos acercan sin cesar", es decir, los griegos y romanos. Todavía más: a su juicio, las obras de arte de griegos y romanos "excitan nuestra admiración" por "la armonía y la belleza de las formas", no así las producidas por aztecas o incas que, insiste, sólo tienen importancia histórica.

Así, pues, la intención resulta perfectamente clara; es una intención científica, filosófica, antropológica, etnográfica, arqueológica, histórica. Pero no artística. De esta suerte, Humboldt coincide, en cuanto a método de investigación, con la moderna arqueología, que no se cuida de la belleza de las piezas con que trata, sino de la impronta que en ellas ha dejado el trabajo humano: lo que interesa es descubrir, a través de estas manifestaciones groseras, bárbaras o como quiera llamárselas, al hombre, a la sociedad que las produjo. Es necesario señalar, no obstante, que la posición de Humboldt también difiere en buena medida de la antropología y la arqueología modernas; para él, estos testimonios a los que da el nombre de bárbaros, son otros tantos hitos en el progreso ininterrumpido del hombre hacia la "civilización", idea que comparte con el evolucionismo del siglo XVIII y la llamada "ilusión del progreso" del siglo XIX. Así, Humboldt encuentra que los pueblos americanos están situados en un determinado lugar dentro de la escala que va de los pueblos más primitivos a los más civilizados: su perspectiva es más amplia que la de la etnología actual, y, por todo ello, Humboldt puede ser considerado, a no dudarlo, como el fundador científico de la antropología americana.

Su extremo racionalismo, sin embargo, le impide en ocasiones situarse en las condiciones mismas de los pueblos que observa. Dicho de otro modo: carece del instrumental suficiente para comprender de modo cabal la mentalidad específica de las sociedades precolombinas. Así, al referirse al "ciervo del Este", como ha sido definido por Eduard Seler en sus Comentarios al Códice Borgia, Humboldt nos dice que se trata de "un animal desconocido", que, "por los dientes incisivos" y "la forma de la cabeza" parece "representar un animal de la familia de los roedores", "aunque los pies de dos pezuñas, pertrechados de un espolón que no toca la tierra, lo aproximan a los rumiantes".  Cree, pues, que el pintor intentó representar un animal realmente existente, cuando lo que en verdad quiso fue realizar un dibujo alegórico, mágico, simbólico. La oposición binaria, pertinente para Humboldt, se produce entre lo racional y lo irracional. Las representaciones plásticas de los pueblos mesoamericanos sólo pueden oscilar entre la realidad y la fantasía, lo verosímil y lo falso. Humboldt es incapaz de entender la diferencia de mentalidad que existe entre un mundo y otro. El abismo que se abre entre la concepción nahua y la suya se opone en términos de racionalidad e irracionalidad. Los griegos inician para él, sin duda, el camino de la razón: son un modelo, inalcanzable acaso. Humboldt rechazaría asombrado una tesis por la que se demostrara el cúmulo de irracionalidad que todavía subsiste en la mentalidad griega y que marcha de modo paralelo al desarrollo de la inteligencia.

Hubo necesidad de que la antropología y la arqueología que en la época de Humboldt aún estaban en pañales, ampliaran su campo de observación, que se crearan conceptos fundamentales para la comprensión de las culturas que antes recibían los nombres de "primitivas" y "bárbaras", que apareciera, en fin, la escuela antropológica de Lucien Lévi-Bruhl y Claude Lévi-Strauss y que, por lo que toca a nuestro país, ya en el siglo XX, investigadores como Eduard Seler o Paul Westheim, tras minuciosas y pacientes pesquisas, develaran el sentido mágico y mitológico de estas esculturas. Así, en lo que a Mictlantecuhtli esculpido en la cara posterior de la Coatlicue se refiere, Weshteim señala, estableciendo un paralelismo con una escultura de Tláloc en la que existe un relieve que tocaba el suelo y que no se podía ver jamás, que fue hecho para dotar a Tláloc de la fuerza inherente a esos símbolos.  Lo propio podemos decir de Mictlantecuhtli esculpido en la cara inferior de la Coatlicue: no ha sido hecho para ser visto, sino para dotar a la diosa de la tierra de un contacto con la oscura región de los descarnados a través de quien la gobierna, Mictlantecuhtli: la interpretación del fenómeno debe situarse en ese mundo de pensamiento mágico.

Comparado con lo que ahora sabemos de las culturas precolombinas, cuanto nos dice Humboldt puede ofrecer la apariencia de ser extemporáneo. Sería, empero, injusto considerarlo así. Con ello no daríamos sino muestra de incomprensión histórica. Hay que analizar la obra de Humboldt en comparación con las obras anteriores, e incluso con las contemporáneas y aun las posteriores a la suya, para comprender de modo más cabal cuán por encima está de los que le precedieron, y las enormes aportaciones que, a nuestro entender, hizo en este campo: dos en especial merecen ser destacadas. En primer término, Humboldt aporta una perspectiva distinta a las anteriores, también es diferente su objetivo, y aporta un nuevo método, un verdadero método científico al estudio de las culturas precolombinas; en segundo, para citar a un notable investigador de las antigüedades americanas, Paul Kirchhoff, Humboldt propone un modelo a seguir para comparar los casos en los que se presenta la posibilidad de una analogía entre las culturas del viejo y el nuevo mundo.  Concretamente, Humboldt realiza una aportación definitiva al estudio comparado de las altas culturas.

Si comparamos la obra de Humboldt en este terreno con la de sus predecesores, bien pronto advertimos una diferencia metódica notable. Humboldt renueva la perspectiva y analiza la realidad prehispánica sin agregados extraños, sin recurrir a intervenciones sobrenaturales o divinas; es el estudio humanizado de la historia, que tiene por base las premisas reales de lo acontecido.

Humboldt procuró leer, antes de escribir las "Memorias" que aparecen en Vistas de las cordilleras, lo mismo a los cronistas de Indias, que al conquistador anónimo, Cortés, Bernal Díaz, De Acosta, Torquemada, Herrera, Cristóbal del Castillo, Tezozómoc, Sigüenza, Alzate, Boturini, el jesuita Fábrega, León y Gama, Carli, Gemelli Carreri, Purchas, Márquez, por supuesto que Clavijero, Raynal, Robertson, etcétera. Al propio tiempo, ya en Europa, consultó cuanto códice tuvo a mano, revolvió bibliotecas, leyó manuscritos.

Por ello, podemos afirmar, con Ignacio Bernal, "que no había mucha arqueología que Humboldt pudiera aprender de sus predecesores o contemporáneos",  y concluir que, al leerlo comparativamente aun con algunos de los investigadores posteriores, se tiene la impresión de entrar en una nueva atmósfera espiritual: la atmósfera del espíritu científico y romántico, unido en su persona. El propio Ignacio Bernal señala que Dupaix, pese a ser posterior a Humboldt en su viaje a Nueva España (1808), posee una mentalidad "prehumboldtiana": "El bagaje intelectual de Dupaix, desde el punto de vista de lo que venía a hacer, era muy sencillo: México era exactamente igual a Egipto y por lo tanto todas las cosas de México eran iguales a las egipcias. No había problema ninguno que resolver; todo estaba perfectamente claro". En este sentido, aun el benemérito lord Kingsborough, que impulsado por el ejemplo de Humboldt acomete la heroica tarea de dar a conocer, en una edición magnífica, los códices prehispánicos y otros monumentos precolombinos, tiene una concepción "prehumboldtiana", aunque su obra haya aparecido cerca de veinte años más tarde que la del barón alemán. El bagaje intelectual de sir Edward King está limitado, obsesivamente, a una sola idea: la de probar que todo cuanto existe entre los antiguos pueblos americanos puede entenderse a partir de la cultura hebrea, pues fueron "judíos de Alejandría" los que poblaron las tierras del nuevo continente. Lord Kingsborough hace gala de cierta erudición con objeto de "probar" esta semejanza que para él resulta evidente; pero ello mismo denota a qué grado es "apriorístico" el propósito que persigue en sus investigaciones, y cuán alejado está aún del manejo de un verdadero método científico.

Antes de Humboldt, el problema siempre fue abordado con base en una gran cantidad de supuestos que carecían de apoyo en la realidad, y que respondían a la idea de "no contradecir a la Sagrada Escritura". En todo caso, es claro que cuanto autor trató el tema, antes que Humboldt (y aun después, como el caso de lord Kingsborough) lo hizo en términos que no contribuyeron a esclarecer el asunto. Incluso nuestro Sigüenza, que tan cauto y objetivo, tan avanzado y sagaz se nos muestra en el camino rectamente científico cuando polemiza con el jesuita Eusebio Francisco Kino en su Libra astronómica y filosófica, al advertir ciertas semejanzas entre egipcios y nahuas, no vacila en afirmar que "Neptuno no es fingido dios de la gentilidad, sino hijo de Misraim, nieto de Cam, bisnieto de Noé y progenitor de los indios occidentales".

Humboldt, en cambio, con cautela extrema señalará que no es posible, ni siquiera una vez que se ha demostrado la semejanza, pronunciar un juicio definitivo acerca de si se trata de un préstamo cultural, o de un invento propio, que ha seguido cauces paralelos, aunque independientes, en uno y otro caso. Su posición no es difusionista. No obstante, aunque se inclina de modo decisivo por la tesis de que el hombre americano no es autóctono, en ocasiones matiza su juicio al respecto: "El indagar si los toltecas son una casta asiática, no es preguntar si todos los americanos descienden de la alta meseta del Tibet o de la Siberia oriental..." No podemos dejar de mencionar que Humboldt "ha enunciado, a propósito del origen del indio americano, la casi totalidad de las hipótesis que después han conservado la atención de los antropólogos". Al comparar la obra de Humboldt con la de Rivet, se puede concluir que, salvo las hipótesis australiana y melanesia, el barón alemán ha sostenido todas las hipótesis posibles, suponiendo, incluso, "la existencia de razas primitivas que habrían desaparecido o se habrían mezclado a otras hordas venidas primero de Asia, luego de otros continentes". Humboldt, pues, comparte la idea de que el hombre americano no es autóctono sino que proviene, fundamentalmente, de Asia.

Puede advertirse con meridiana claridad que el método comparativo (una vez más, ahora aplicado a un terreno distinto: el de la cultura, este método luminoso) ha permitido a Humboldt el acceso a un descubrimiento que tiene apoyo en hechos probables, no en conjeturas. En efecto, Humboldt no se satisface con encontrar la semejanza, busca también la diferencia específica; y no sólo eso: trata de demostrar en qué se basa esta semejanza, es decir, si es accidental o producto de condiciones similares de existencia; o si, por el contrario, puede concluirse que se trata de un préstamo.

Obviamente, Humboldt parte de un criterio antropológico, o un "prejuicio", si se quiere llamarlo así, a saber: el de que la especie humana es la misma aunque esté sometida a diferentes condiciones que la modifican; pero, además, arriba también a la tesis de que no existen razas "inferiores" ni "superiores", alineándose en un antirracismo extremo y en una consecuente defensa de los indios americanos y los esclavos negros.

Es conveniente añadir que las tesis de Humboldt respecto del grado de cultura alcanzado por los pueblos precolombinos, en especial sobre su escritura, conservan plena validez en el momento actual. A nuestro modo de entender, Humboldt extrajo brillantes conclusiones, todavía no desmentidas, antes al contrario, confirmadas, por las más recientes investigaciones, acerca de este aspecto de las culturas americanas antiguas.

Humboldt ha subrayado —contra lo que algunos piensan dentro la práctica contemporánea en México— la decisiva necesidad de una antropología y arqueología comparadas. Los estudios de Malinowski y Lévi-Bruhl, por una parte; y los estudios estructurales de Lévi-Strauss, por otra, han hecho que los investigadores posean no sólo un cúmulo mayor de datos, sino que dispongan, además, de herramientas intelectuales de alta eficacia, que permiten realizar estudios de gran sutileza. La lingüística es uno de esos instrumentos básicos. Poco podrá hacerse si no hay aportaciones definitivas en ese terreno. Lo fundamental estriba, a mi juicio, en la posibilidad de establecer al mismo tiempo la semejanza y la diferencia. De esta suerte, si se habla de matemática o de filosofía nahua o maya, conviene señalar en qué sentido tales matemática o filosofía divergen de las occidentales y no aplicar de modo positivo categorías que en ningún modo convienen a esas mentalidades.

Humboldt inició, con máximo rigor científico, las investigaciones por las que se comparaban las antiguas altas culturas. Continuar sus huellas, precisar sus aportaciones, perfeccionar su método, debiera ser la tarea de las nuevas generaciones de estudiosos mexicanos que se acerquen al conocimiento de su obra.

 

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