Gespiegelte Fassung der elektronischen Zeitschrift auf dem Publikationsserver der Universität Potsdam, Stand: 20. April 2010
Originalfassung zugänglich unter http://www.hin-online.de

HiN - Internationale Zeitschrift für Humboldt-Studien (ISSN: 1617-5239)

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Reinaldo Funes Monzote

El cambio socio-ambiental en Cuba a fines del siglo XVIII e inicios del XIX
Impresiones y legado de Alejandro Humboldt

Resumen

El paso de Alexander von Humboldt por Cuba en 1801 y en 1804, devino en un acontecimiento trascendental para la ciencia y la historiografía de la Mayor de las Antillas. Su estancia le permitió recopilar información, hacer experimentos científicos y entrar en contacto con la realidad de la colonia española en un momento de grandes cambios para su destino, cuando se inicia el despegue definitivo de la plantación esclavista, que la convirtió en el principal productor y exportador de azúcar y por un tiempo de café. El trabajo que se presenta analiza las impresiones críticas de Humboldt sobre los cambios económico-sociales y ambientales de la época y, en especial, el legado que sus opiniones y su obra representaron para el ambientalismo cubano desde el siglo XIX hasta el establecimiento, en 1996, del Parque Nacional que lleva su nombre, uno de los ecosistemas montañosos de mayor riqueza y endemismo en el planeta, declarado en 2001 por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.

* * *

Introducción

Las estancias y la obra de Alejandro Humboldt sobre Cuba cuentan con una amplia y creciente bibliografía, lo que hace cada vez más difícil ofrecer miradas novedosas acerca de los pormenores de su presencia en la Isla, los aportes del famoso Ensayo político que le dedicó o su huella a largo plazo en la cultura cubana.[1] Sin embargo, una obra tan polifacética siempre nos deja resquicios para nuevas relecturas de los textos y del legado de su autor a partir de las preocupaciones contemporáneas de sus estudiosos. Por otra parte, como suele ocurrir con las grandes personalidades históricas, la realidad y los mitos se confunden en el tratamiento de la temática de Cuba en Humboldt y de Humboldt en Cuba.

Para los efectos de este trabajo resulta innecesario hacer un recuento de la bibliografía activa humboldtiana dedicada a Cuba, entre la que sobresale el Ensayo, aspecto que se han encargado de precisar varios autores. (Leitner 1997; Rebok 2004) De manera indistinta nos centraremos en diferentes momentos de dicha obra principal, en su versión más amplia junto al análisis del Cuadro Estadístico de la Isla de Cuba, complementados con otras impresiones en sus cartas y las más inmediatas de su diario, menos conocidas hasta época reciente, así como las referencias dispersas en otras obras. Si bien se señala que la obra sobre Cuba no es de las más prolíficas, en comparación con las dedicadas a otras regiones o países hispanoamericanos, no se puede obviar que se trata de un territorio de mucha menor extensión que el de los virreinatos continentales que recorrió y acapararon su atención principal. La comparación más reveladora podría hacerse respecto al Ensayo Político sobre la Nueva España, en donde se aprecian no sólo las coincidencias en cuanto a la estructura de la obra sino también algunos comentarios y estadísticas sobre Cuba que luego desarrollaría con más amplitud en su nuevo estudio de carácter socio económico y político dedicado a la mayor de las Antillas. (Humboldt 1941; 1998 a)

El presente texto se propone una evaluación de algunos aspectos significativos de la percepción de Humboldt sobre su paso por Cuba y su huella a largo plazo. Con ese objetivo se hace necesario, en primer lugar, cambiar un tanto el foco habitual de muchos de los estudios, o sea el de mirar a Cuba a través del prisma de Humboldt, para centrar más la atención en las transformaciones que tenían lugar en la Isla y en particular en las zonas que él recorrió y en cómo éstas pudieron incidir sobre sus impresiones y su obra futura. Junto a esto, nos detendremos en algunos elementos medulares sobre la problemática que hoy denominaríamos como ambiental y que de modo más general podríamos identificar como las relaciones mutuas entre los seres humanos y el resto de la naturaleza.        

En segundo lugar, se hará un breve recuento de la influencia de Humboldt en el pensamiento y la cultura cubana en diferentes momentos históricos desde la aparición de sus escritos dedicados a Cuba hasta fines del siglo XX. Con este apartado se intentarán mostrar las sucesivas lecturas que fueron configurando el legado humboldtiano en dependencia de las transformaciones económico, sociales y políticas en el devenir histórico del archipiélago cubano. De manera particular se pone énfasis en los elementos que vinculan a Humboldt con una determinada percepción acerca de la problemática ambiental a la que estaba enfrentada Cuba a partir de su condición colonial y esclavista, así como las vías para rebasarla. Obviamente, al hablar de estos temas no se pueden soslayar en modo algunos otros asuntos que tradicionalmente han recibido la mayor atención por parte de los estudiosos de Humboldt en Cuba, como es el caso de su denuncia a la esclavitud. (Naranjo 1999 y 2000 y Zeuske 2005)

El legado humboldtiano adquiere especial relevancia en el caso cubano por su influencia a largo plazo en el pensamiento socio-económico y científico. Pero su mayor trascendencia radica en la crítica que realiza del tipo de agricultura comercial especializada basada en el trabajo esclavo, que por entonces prevalecía en las islas caribeñas y que se extendía rápidamente por los campos habaneros en el momento de su visita. La condena a la esclavitud por parte del sabio alemán, por tanto, no puede disociarse del rechazo a un modelo agrario basado en la preeminencia de unos pocos cultivos con alto valor sobre una agricultura más diversificada y dedicada preferentemente a los cultivos de primera necesidad. Un modelo que adquiriría cada vez mayor importancia en la era de la revolución industrial, a través de términos como agricultura industrial, agro-industria, agro-negocio, sobre todo en los territorios coloniales o semicoloniales como suministradores de alimentos y materias primas a los territorios industrializados.

En ese sentido, se puede dar la razón a Zeuske cuando afirma que con la plantación esclavista azucarera Cuba se convirtió, a pesar de las críticas de Humboldt, en una especie de  “modelo de globalización eficaz” en el siglo XIX. (Zeuske 2006, 33-35). Sin embargo, como reconoce él mismo, el precio de la riqueza obtenida en la mayor de las Antillas a partir del azúcar y en menor medida de otros cultivos comerciales y la evolución económica, social y política en los dos siglos siguientes, nos obligan a repensar la importancia de sus observaciones de entonces acerca de ese naciente modelo o proyecto de modernidad “inconcluso”. En todo caso, se trataba de un modelo “moderno colonial” que no ha dejado de extenderse, en épocas distintas y con productos o commodities diferentes, por todos los países latinoamericanos y en particular por regiones que vieron épocas de florecimiento económico seguidas por épocas de decadencia y letargo. (Porto Gonçalves 2008) El azúcar, el café, el banano, el henequén, el caucho y hoy la soja o los agrocombustibles, fueron y son agentes de un tipo de modernidad sobre el que Humboldt advirtió con agudeza tras su paso por el imperio colonial español y en particular por los territorios esclavistas de Cuba.

No sería extemporáneo analizar varias de las opiniones de Humboldt sobre Cuba como predecesoras del ambientalismo moderno, de acuerdo con  lo señalado por Sachs en su crítica a la presentación del viajero alemán como alguien con una mirada imperialista, al servicio de los intereses de las potencias europeas. Para este autor, los esfuerzos por buscar comunión con la naturaleza y reconocer su “otredad”, su análisis de los nexos entre la explotación de los recursos naturales y la explotación de ciertos grupos sociales, su rechazo a la injusta distribución de las riquezas y a la dependencia del comercio exterior (es decir, la falta de “soberanía alimentaria”), la valorización de los trópicos y su visión positiva de la humanidad en la naturaleza, etc., convierten a Humboldt en uno de los precursores de muchos de los planteamientos más radicales y comprometidos socialmente del movimiento ambientalista contemporáneo. (Sachs 2003) Las opiniones y la obra humboldtiana sobre Cuba, en este caso, se convierte en una temprana alerta sobre las consecuencias socio-ambientales de la expansión de los cultivos comerciales con el fin de obtener rápidas y jugosas ganancias sin tener en cuenta otras implicaciones sociales, políticas y ambientales.

Cuba y la zona de las plantaciones esclavistas azucareras a inicios del siglo XIX

Humboldt, como es conocido, estuvo en suelo cubano en dos ocasiones. La primera vez fue tras su primer viaje sudamericano, por un período de casi tres meses entre el 19 de diciembre de 1800 y el 15 de marzo de 1801. La segunda vez llegó el 19 de marzo de 1804 procedente de Veracruz y estuvo hasta el 29 de abril, cuando partió rumbo a Estados Unidos. Su arribo a la Isla se produjo en un momento de trascendentales cambios en la configuración económica y social de la Isla, que sellaron el destino futuro de la colonia española como principal productora mundial de azúcar  durante gran parte del siglo XIX.

El negocio azucarero se fue afianzando lentamente en la zona habanera, debido al importante papel de la ciudad como principal puerto comercial dentro del sistema colonial español. Los poderosos hacendados de la región, en algunos casos poseedores de flamantes títulos de nobleza concedidos por la Corona, hicieron una fuerte apuesta por este  negocio, por lo menos a partir de los tiempos de la creación de la Real Compañía de Comercio de La Habana en 1739. Desde entonces se inicia un sostenido incremento de la producción de azúcar en un radio creciente alrededor del puerto, que encontró mayores incentivos a partir de la ocupación de la ciudad por los ingleses por un período de once meses (de 1762 a 1763) y sobre todo con las políticas reformistas de Carlos III con el fin de obtener mayores beneficios de las colonias americanas.

Bajo esos estímulos la plantación esclavista azucarera penetró un área cada vez mayor de la jurisdicción habanera, donde el número de ingenios se incrementa de 102 en 1771 a 168 en 1778 y a 245 en 1792. La producción registró un salto aún mayor por el aumento de las capacidades de producción promedio, con más áreas cañeras por fincas y más esclavos. Por entonces la producción habanera rebasaba ya el consumo de la metrópoli y por tanto la demanda de fuerza de trabajo esclava y la necesidad de un mercado alternativo, papel que encarnó desde temprano la vecina república de Norteamérica, se convirtieron en los principales reclamos de los azucareros habaneros. En 1789 obtuvieron el permiso para la libre introducción de negros esclavos, sujeto hasta entonces a la rígida política de los llamados “asientos”.

Los propietarios de ingenio estaban enfrentados a otras limitaciones para una expansión sin las cortapisas que de una forma u otra se mantenían vigentes hacia la última década del siglo XVIII. Pero entonces, de manera imprevista, apareció el deseado momento de dar el gran salto hacia el triunfo definitivo de la plantación esclavista en el panorama económico, social y político de la colonia. El 1791 se inicia la revolución en Haití, que era por entonces la principal exportadora de azúcar y otros frutos coloniales. En esta coyuntura, como señaló Moreno Fraginals, fueron precisamente los productores de Cuba y en particular los habaneros quienes estuvieron en mejores condiciones de llenar el gran vacío dejado por la vecina colonia francesa. (Moreno 1978, t.1, 47)

La fundación de ingenios subió a un promedio de 20 al año entre 1792 y 1800, en lugar de los cinco anuales en las dos décadas anteriores. En el cambio de siglos existían ya en la zona habanera un total de 350 ingenios y otros 50 se encontraban en fomento. Por lo general los nuevos ingenios contaban con mayor capacidad de producción, que se traducía en más tierras para caña, más bosques para leña y más esclavos. Al mismo tiempo, algunos hacendados procuraron introducir mejoras en los modos tradicionales de producir azúcar en la Isla por medio de diferentes estrategias para hacer más eficiente y productivo el negocio. En 1820 sumaban 625 ingenios en la entonces delimitación de la provincia habanera (que incluía 14 en Santa Clara y 77 en Trinidad).

Paralelamente, alrededor de 1800 comenzaron a proliferar las plantaciones cafetaleras, en buena parte fomentadas por hacendados procedentes de Haití. En este caso se trataba de un negocio más accesible para productores carentes de los grandes capitales que requería la empresa azucarera. En 1820 se contabilizaron en la referida delimitación de la provincia habanera un total de 779 cafetales. Según el censo de 1827 sumaban 1,207 en el Departamento occidental, 135 en el Departamento central y 725 en el departamento oriental.

Bajo el impulso de las plantaciones esclavistas se produjeron significativos cambios institucionales, jurídicos, económicos-sociales y ecológicos. Tal vez nada refleja mejor esos cambios como el conflicto que enfrentó a los hacendados habaneros con la Marina Real española por la explotación y el dominio de los bosques de la Isla. (Funes 2008) Desde las primeras décadas del siglo XVII la Marina Real detentaba importantes privilegios para la explotación forestal en los territorios habaneros, los más cercanos al importante puerto de la villa, donde funcionó durante gran parte del siglo XVIII uno de los principales astilleros del imperio español y el más importante de los instalados en sus colonias. Los cortes de maderas para estas construcciones navales formaban una especie de cinturón alrededor de la zona ocupada por los ingenios de azúcar y representaban una barrera de contención que limitaba la utilización por los azucareros de uno de los recursos más valiosos para su empresa, como era existencia de bosques para garantizar altos rendimientos cañeros, maderas de construcción y reservas de leña.

A medida que se fortalecía la influencia de los intereses ligados al azúcar de Cuba ante la corte española, la Marina Real encontró mayores dificultades para sostener sus privilegios. No por casualidad algunos de sus representantes se convirtieron en importantes críticos del modo de crecimiento azucarero que defendían los hacendados habaneros, por medio de opiniones que, como se verá más adelante, tenían puntos en común con algunas de las opiniones vertidas por Humboldt. En 1800 la Corona eliminó las restricciones para la explotación forestal en un área de 30 leguas alrededor del puerto de La Habana y finalmente el 30 de agosto de 1815 otra Real Cédula concede el derecho absoluto a los particulares de abatir los bosques en la Isla de Cuba, que puso fin al centenario andamiaje institucional organizado por la Marina para la explotación forestal.

La importante implantación de la Marina Real en La Habana, en donde radicaba desde 1748 la sede de la Armada de Barlovento y a partir de 1767 la Comandancia General de Marina del puerto de La Habana e Isla de Cuba y de las de Barlovento e Indias occidentales, no debe ser soslayada en el análisis del panorama encontrado por el viajero alemán. Los funcionarios de este cuerpo resultaron ser una de sus principales fuentes de autoridad científica. Humboldt, 1998 a, 354)[2] En relación con este tema es preciso mencionar que su primera visita a la Isla coincide con los trabajos de la llamada Comisión Guantánamo, dirigida por el conde de Mopox y de Jaruco, quien fuera uno de sus anfitriones y en cuyo ingenio San Antonio del Río Blanco realizó experimentos para reducir la cantidad de combustible necesaria para la elaboración del azúcar.

La Comisión Guantánamo fue una de las más importantes expediciones de investigación científica realizadas en la Isla con el respaldo de la Corona española, en la que confluyeron sus intereses estratégico-militares y en particular los de la Marina Real y los intereses económicos de la aristocracia criolla ligada a la producción de azúcar. (San Pío y Puig-Samper 1999; Aruca, et. al. 2003) Uno de sus proyectos más emblemáticos fue el de la construcción de un canal de navegación desde el valle de Güines hasta el río de la Chorrera, del cual Humboldt pudo conocer de manera bastante detallada según da cuenta en su obra. Esta información la obtuvo no sólo a partir de la lectura de documentos oficiales de la Comisión sino a través de su contacto con algunos de sus protagonistas, como el mencionado Conde de Mopox y de Jaruco, a quien califica de “hombre estimable y emprendedor”, y “que con motivo de su amistad con el Príncipe de la Paz tenía mucho influjo”, por lo que le atribuye la reanudación de un proyecto cuyos orígenes se remontaban a medio siglo al menos. También compartió con los encargados de ejecutar una nueva nivelación para la construcción del canal, realizada en 1798, los hermanos Francisco y Félix Lemaur, “dos ingenieros de mucho mérito”, con los que tuvo “el gusto de visitar… las llanuras por donde debe pasar aquella línea de navegación”. La idea no se había puesto en práctica, señala Humboldt, porque “el riachuelo de los Güines pierde sus aguas hacia el este en el riego de las praderías (sabanas) del hato Guanamón”. No obstante, seguía considerando que el proyecto sería de gran utilidad, si se conseguía “traer en tiempos de gran sequía, suficiente cantidad de agua al punto de división”.[3] (Humboldt 1998 a, 275-76)

La mayoría de los autores sobre el tema de Humboldt en Cuba coinciden en señalar las dificultades para precisar los detalles de sus dos estancias a partir de la información disponible. Se compone esta de lo publicado en el Ensayo, de sus cartas que se refieren de una forma u otra a ambos viajes y de unas pocas anotaciones incluidas en sus diarios. (Rebok 2003 y 2004) Con los datos dispersos que aparecen en una u otra de esas fuentes, se pueden tener una serie de certezas acerca de sus días cubanos, pero también se suelen hacer algunas conjeturas sin que de momento se puedan verificar. Un aspecto que siempre se destaca es el de sus impresiones sobre La Habana, caracterizadas por los contrastes entre la admiración hacia algunos de sus atributos citadinos y el juicio severo de algunas facetas de su aspecto urbanístico y sanitario. (Lubrich 2001) Más allá de la principal ciudad de la colonia, no existe una idea exacta de los lugares que recorrió el viajero, salvo aquellos que menciona explícitamente. El mismo autor se encarga al comienzo de su obra de precisar los límites de su periplo cubano: “No he recorrido juntamente con Bonpland, sino las cercanías de La Habana, el hermoso valle de Güines, y la costa entre Batabanó y el puerto de la Trinidad”.

Es probable que uno de los aspectos menos claros del recorrido de Humboldt y Bonpland sea determinar si llegaron a visitar la villa de Güines y algunos de los ingenios de la zona. El escrito de Miguel A Branly, Presencia de Humboldt en Cuba, dedica un acápite a destacar la relación del científico alemán y esta localidad. Entre sus argumentos destaca que Humboldt menciona no menos de veinte veces la palabra Güines a lo largo del Ensayo. (Branley 1959, 31-36) Sin embargo, resulta al menos curioso que en ninguna ocasión se halla referido en específico a la villa, pueblo o aldea de Güines, como sí lo hace en otros casos. Tampoco ofrece noticia de haber estado en alguno de los ingenios más próximos a la villa güinera, hecho que afirman autores como Vidal Morales y el propio Branly, al asegurar que estuvo hospedado en los ingenios La Ninfa, de Francisco Arango y Parreño y La Holanda, de los herederos de Nicolás Calvo. También se ha especulado que las mencionadas cavernas de roca caliza, cerca de San Antonio de Beitía, son en realidad las cuevas de candela, en la loma de igual nombre desde donde se divisa la llanura de sur.[4]

La citada referencia al recorrido con los hermanos Le Maur, encargados del proyecto del canal de los güines, nos permite pensar en que fue este un paseo importante en el transcurso de la primera estancia. Humboldt ofrece otros elementos que permiten pensar en su posible paso al menos por las cercanías de Güines, como su referencia al empleo de molinos hidráulicos o las obras de riego, pero son referencias que pudo recoger a partir de sus conversaciones o sus estudios posteriores. En cualquier caso la zona de Güines era una zona de fomento azucarero mucho más reciente a la visita de Humboldt que las localizadas en torno a otros lugares del recorrido cubano como Managua o San Antonio de las Vegas.

El caso de Güines ilustra las características del salto azucarero en la nueva época tras la revolución de los esclavos en Haití. El pueblo debe su nombre al corral de ese nombre en donde se forma un pequeño núcleo poblacional desde 1730 a partir de los asentamientos de vegueros en las márgenes del río Mayabeque o de los güines. En 1775 el marqués de la Torre, entonces capitán general, señaló: “Ningún pedazo de tierra hay en la isla más sano, más fértil, más hermoso por su espaciosa llanura, abundante agua y recomendable calidad de sus producciones”. Poco después, el 30 de octubre de 1779 la Corona concedía “la gracia de erigirla en villa”. Por sus excelentes condiciones naturales, que se debían en gran medida a contar con el río de mayor caudal en el sur habanero, estos territorios estaban en la mira de los hacendados azucareros para extender las plantaciones cañeras.

Sin embargo, su ubicación a 12 leguas del puerto le mantenía fuera del ámbito del azúcar, con 8 pequeños ingenios en 1792. Esta situación se transformó en un breve  lapso de tiempo. En el remate del diezmo de 1800 ya tenía 26 ingenios --de los cuales 15 correspondían al trienio anterior--, junto a 20 sitios de ingenio en fomento, de los cuales 6 ya molían sus cañas en otros ingenios.[5] Entre estos nuevos ingenios se encontraban varios de los pertenecientes a algunos de los anfitriones mencionados por Humboldt, como el Alejandría de los O´Reilly y La Ninfa, de Francisco de Arango y Parreño. Por tanto no resulta improbable que los haya visitado personalmente, sobre todo porque la fecha de la primera estancia coincide con la temporada seca en que los hacendados solían desplazarse a sus fincas. En cualquier caso, la afirmación no debe ser categórica a falta de pruebas concluyentes.

Lo cierto es que en el momento del recorrido de Humboldt y Bompland, se encontraba en pleno apogeo el establecimiento de plantaciones esclavistas azucareras (y en menor medida todavía cafetaleras) en el entonces llamado valle de los Güines y en sentido general en toda la región físico natural denominada actualmente Llanura de Artemisa, al sur de las regiones Alturas de La Habana-Matanzas y Alturas de Bejucal-Madruga-Coliseo. Fue ésta escenario natural de una de las dos áreas pioneras de expansión azucarera señaladas por Juan Pérez de la Riva a partir de estadísticas de 1796: una al norte, con 141 ingenios, desde Santiago de las Vegas hasta Jaruco y Matanzas; y otra al sur, con 164 ingenios y centros en Guanajay y Güines. (Pérez de la Riva 1977, 50-54)

Por tanto, a diferencia del primer viaje por Sudamérica, que se desenvolvió gran parte del tiempo en un medio natural exuberante y poco modificado, el periplo cubano se desarrolla por territorios fuertemente humanizados o en los momentos iniciales de una rápida transformación debida a la expansión de la frontera de las plantaciones esclavistas. De aquí el hecho señalado por algunos autores del aparente poco interés por la isla de Cuba en los momentos iniciales, que se deduce a partir de las escasas anotaciones en sus diarios y cartas. Para Zeuske, el viajero tuvo la convicción de que como naturalista no merecía la pena investigarla y en apoyo de esto cita la carta en que Humboldt se refiere a su primera estancia cubana como una demora. (Zeuske 2000, 89-90)

Sin embargo, a juzgar por el amplio conocimiento que muestra de la situación política, económica y social de la Isla en el momento de su visita, no perdió el tiempo. En La Habana y en sus recorridos tuvo la fortuna, según nos dice, de “gozar de la confianza de personas que por sus talentos y por su situación, como administradores, propietarios o comerciantes” podían darle “noticias acerca del aumento de la prosperidad pública”. Dicha confianza la consideraba legítima por la protección con que le había honrado la Corona española, pero también por la “moderación” de sus principios, su “conducta circunspecta” y por la clase de sus “pacíficas ocupaciones”. Más tarde su caudal de información sobre Cuba se vio enriquecido por “la publicación de los documentos más preciosos de estadísticas sobre el estado del comercio, de la agricultura colonial y de las rentas” por parte de la administración colonial, complementado por los materiales que recibió gracias a las relaciones que mantuvo con América tras el regreso a Europa.

La buena acogida por parte de la elite criolla habanera y de las autoridades coloniales, no impidieron a Humboldt hacer un análisis crítico de la realidad que encontró en la Isla en pleno despegue de la economía de plantaciones esclavistas. Cabe pensar que sus juicios no se debieron sólo a una evaluación posterior sobre las impresiones de su paso por la zona habanera y Trinidad. ¿Acaso formó parte de sus temas de conservación con personas no beneficiadas directamente por el binomio de azúcar y esclavitud? Por lo menos alguna parte de sus criterios más críticos pudo recibirlos personalmente de quienes permanecían al margen de las ventajas conseguidas por sus anfitriones habaneros, como el caso de sus contertulios trinitarios. En las anotaciones de su diario hechas poco después, puede leerse:

La industria azucarera alrededor de Trinidad ha aumentado algo, se transportan anualmente unas 4000 cajas de azúcar; pero la tiranía, que La Habana ejerce sobre el resto de la isla, impide toda industria. Como el gobierno reina desde La Habana, y no ve nunca el resto de la isla, como el consulado está formado por hacendados y comerciantes, cuyo interés es que sólo florezca el comercio de La Habana, no se permite que barcos neutrales entren y carguen aquí, a pesar de que el permiso real incluye todos los puertos. (Rebok 2004, 50)

A continuación expresa otros juicios negativos sobre La Habana y su preponderancia desmedida sobre el resto de la Isla. Rechaza que esa prohibición tuviera que ver algo con cerrar las puertas al contrabando, pues en ningún lugar era tan grande como el que hacían los potentados habaneros por Batabanó pues en la capital “por dinero se pueden conseguir todo tipo de papeles de exportación”. Las mismas prohibiciones afectaban a otras ciudades de la Isla y aunque se pensaba en poner una queja en Madrid, señala Humboldt que “los familiares de los hacendados de La Habana, o sea el partido contrario, son los más ricos, los más prestigiosos, los más hábiles”.

Aparte de injusta, consideraba esa desigualdad entre las poblaciones de la isla y La Habana como poco política. Entre los males que enumera sobre los efectos perniciosos de “una población artificialmente grande”, en donde se concentraban unos 110.000 habitantes de los 300.000 totales, señala el alto precio de los alimentos que mata a la industria, el encarecimiento del suelo, la inclinación por novedades impetuosas y la fiebre amarilla. Por el contrario, recomienda: “Cuántas veces más sabio sería preparar varios puntos centrales en la larga isla”.

Otra anotación después de su segunda visita a La Habana suena aún más severa: “Este lugar nos parecía agradable en el año 1800, cuando venimos de la soledad del Orinoco”. Sin embargo, al llegar esta vez desde México, en donde pudo encontrar importantes instituciones científicas, se queja de que en La Habana “todas las conversaciones giran en torno al gran problema, cómo se puede producir en un día con el menor número de esclavos la cantidad más grande de pilones de azúcar”. Aparte de un cuadro de números, no encontraba “ningún interés técnico, ninguna idea física, ninguna investigación de las causas”. (Rebok 2004, 51)

A propósito de su viaje por Colombia, aparece también una reveladora evaluación de las impresiones de su primera estancia en Cuba, cuando señala: “De dos a tres grandes haciendas en la isla de Cuba, producen evidentemente tanto azúcar como las muchas familias que viven dispersas en el valle de Guaduas. Pero esas 2 ó 3 haciendas caen en la ruina por el derroche o por la muerte de 2 ó 3 personas”. Por otra parte las haciendas azucareras cubanas no producían casi nada excepto azúcar: “Sin carne de Barcelona y Buenos Aires muere de hambre la isla de Cuba. Ella depende de factores externos”. En cambio, “La familia que cultiva azúcar en pequeñas cantidades, siembra al mismo tiempo su conuco, y se alimenta a sí misma”. Asimismo la mayor parte de la gran producción cubana, concentrada entre La Habana, Matanzas y Batabanó y en menor medida en Trinidad y Santiago de Cuba, se repartía entre 30 familias, que vivían disipadamente, mientras que “la isla es un desierto cubierto de selva desde Batabanó y Matanzas hasta Jagua, Villa Clara y Santiago de Cuba”. Muy distinto sería, advierte Humboldt, si se produjera apenas 1/6 en pequeñas haciendas de gente libre:

Cuarenta y cien familias podrían vivir holgadamente de este ingreso que ahora despilfarra una sola. Qué diferente sería la población y el cultivo de la isla Cuba. Pero la costumbre vence y la gente está convencida en forma apodíctica que la felicidad de una isla de las Indias Occidentales reside en la cantidad de esclavos y del azúcar que produce, no en la cantidad de brazos libres activos, no en la mayor cantidad de felicidad doméstica de muchos. (Rebok 2004, 52)[6]

Años más tarde en el Ensayo, Humboldt reitera esas opiniones al hacerse eco de las quejas que escuchó en Trinidad acerca del predominio de La Habana, beneficiada por la predilección del gobierno y las trabas que pesaban sobre otras ciudades. Se quejaban, dice, de “la grande acumulación de riqueza, de población y de autoridad en la capital, mientras que lo demás del país estaba casi desierto”. Es decir: “Muchos centros menores, repartidos a iguales distancias en toda la superficie de la isla, eran preferibles al sistema que regía y que había atraído a un punto único el lujo, la corrupción de costumbres y la fiebre amarilla”. No obstante, el barón admite que este tipo de acusaciones y quejas de las ciudades de provincia contra la capital eran las mismas en todos los países. En su opinión resultaba indudable que el bienestar general dependía de “una vida parcial extendida de un modo uniforme”, pero estimaba preciso distinguir “entre la preeminencia que nace del curso natural de las cosas y aquella que es del efecto de las medidas de gobierno”. (Humboldt 1998, 343)

Este tipo de criterios pueden encontrarse en manuscritos de la época y en especial entre las voces críticas de los hacendados habaneros ligados a la plantación esclavista azucarera. Por ejemplo, en 1802 el director de ingenieros de Marina, Miguel de la Puente, en un informe a la junta de maderas encargada de debatir sobre el tema de la demolición de haciendas, achacaba la carestía y escasez de las maderas a factores como el aumento del lujo en la ciudad y la desproporcionada distribución de los habitantes en la Isla:

De casi trescientas leguas de longitud, sólo se han ocupado algunos puntos, cargando en ellos la gente de manera que ha quedado en verdadero abandono la mayor y mejor parte de la Isla, produciendo así en este cuerpo político una hipocresía particular de los miembros, enteramente desfigurados en proporción de su todo. La cabeza es gigantesca, pero los brazos y los muslos están enteramente descarnados, y carecen de la fuerza necesaria para sus ministerios.[7]

De la Puente estimaba que se debía incentivar con libertades y franquicias el poblamiento de los puntos desiertos de la costa, a partir de la disminución del número de habitantes no sólo en La Habana sino también en otras ciudades importantes como  [Santiago de] Cuba, Puerto Príncipe y Bayamo. De ese modo los establecimientos rurales no se aglomerarían en las inmediaciones de unas pocas ciudades, disminuyendo las necesidades urbanas y el consumo del campo. Los nuevos pobladores se podrían  sacar “del número inmenso de desvalidos que el lujo y disformidad de las actuales ciudades han atraído a ellas para vivir de las sobras de un ciento de poderosos, con notable y verdadero detrimento de la agricultura”.

En otro escrito elaborado a propósito de un expediente iniciado en 1807 por el Real Consulado para indagar sobre la crisis que entonces afectaba a la Isla y en particular a la producción de azúcar, el administrador de rentas de Bayamo, Ignacio Zarragoytia, utilizó argumentos similares. Pero esta vez sin limitarse a señalar los privilegios de La Habana, sino el que gozaban los puertos habilitados para el comercio con neutrales, lo que incluía a Trinidad, con respecto a las ciudades no beneficiadas: “El pueblo de la isla de Cuba no está representado, ni lo constituyen los vecindarios de la Havana, Cuba, Trinidad y Matanzas. El pueblo de la Isla de Cuba es compuesto de todos sus habitantes, y este mismo pueblo compuesto de todos sus habitantes, no debe formar sino una sola familia, y entre los miembros de esta sola familia es que se deben distribuir los bienes, y los males, sin distinción ni privilegio”.[8]

El Ensayo político sobre la Isla de Cuba: elementos para una lectura ambientalista

Los estudiosos destacan del Ensayo político sobre la Isla de Cuba que Humboldt  le dedica más espacio a las problemáticas socio-económicas, políticas e históricas que a las descripciones naturales. En un análisis de la estructura de la obra, Beck señala una proporción de tres a cuatro a favor de las primeras. Pero en su opinión lo más relevante resulta que ambos ámbitos aparecen entrelazados en la mirada ilustrada del autor, de forma que el hombre y la naturaleza no son vistos por separado, con lo que se situaba en el camino que conduciría años más tarde a la aparición de la nueva disciplina acuñada con el término Ecología. (Beck 1997, 38) Como indica Holl, en la obra de Humboldt cristalizan los saberes del geógrafo y del naturalista dentro de una concepción en la que la geografía de la naturaleza y la del hombre aparecen bajo una sola perspectiva. (Holl 1997, 16-17)

En el presente análisis se prestará atención justamente a algunos pasajes de la investigación humboldtiana sobre Cuba, que combina la observación directa con la consulta de numerosas fuentes a lo largo de dos décadas, en que se abordan las relaciones entre el ser humano y el resto de la naturaleza. Al respecto, creo preciso destacar del Ensayo un aspecto sobre el que tal vez no se ha insistido suficientemente, aunque no faltan referencias al respecto.  (Zeuske 2005) Me refiero a su carácter de estudio comparado de la situación de Cuba con la del resto de las islas caribeñas productoras de azúcar, a las que hace referencia frecuente con el fin de resaltar el contraste de la Mayor de las Antillas o bien sus similitudes en otros casos. De esta comparación resultan buena parte de los juicios positivos o negativos sobre el momento de su visita a Cuba y la evolución posterior. La repulsa a la esclavitud por sus efectos sociales, morales e incluso económicos está en el centro de esa comparación y no cabe dudas de que la visión de Humboldt sobre este agudo problema de la sociedad cubana de la época estuvo influida por los acontecimientos en Haití y los progresos de las políticas contrarias a la trata de esclavos y de los movimientos abolicionistas. En este sentido, autores como Consuelo Naranjo y Michael Zeuske han insistido en la perspectiva reformista del Ensayo en relación con la problemática de la esclavitud en Cuba y con la pertenencia colonial a España. (Naranjo 2000; Zeuske 2000)

Como se dijo antes, Humboldt llega a Cuba en el momento del despegue definitivo de la economía plantacionista azucarera basada en el trabajo esclavo. Hasta ese entonces la colonia no había sido el ejemplo clásico de una isla de azúcar y de esclavos, como la mayor parte de sus vecinas en poder de Inglaterra o Francia, por lo que al comenzar el siglo XIX mostraba un panorama demográfico y social diferente. Sin embargo, el científico alemán se movió precisamente por las zonas en donde los efectos de la esclavitud y la plantación eran más visibles, en donde además podían advertirse mejor las tendencias futuras de continuar el período de auge azucarero. Por otra parte, muchos de sus anfitriones eran los mismos beneficiarios de ese sistema, de modo que pudo ser protagonista de conversaciones como la que refiere el siguiente párrafo de su capitulo dedicado al estudio de la población:

Yo he oído discutir con la mayor serenidad, si era conveniente para el propietario no fatigar excesivamente a los esclavos con el mucho trabajo, y por consiguiente tener que reemplazarlos con menos frecuencia, o sacar de ellos todo el partido posible en pocos años, teniendo que hacer más a menudo compra de negros bozales. ¡Estos son los raciocinios de la avaricia, cuando el hombre se sirve de otro hombre como de una bestia de carga! (Humboldt 1998 a, 208)

A pesar de todo, la evaluación de Humboldt sobre el gran problema de la esclavitud en el caso cubano, a partir de la diferente situación con respecto a otras islas caribeñas, parece ser bastante optimista; con independencia de que tras su visita se incrementara la entrada de esclavos, incluso tras el fin formal de la trata en 1820.  Partía en primer lugar del contraste demográfico entre la población libre y esclava, que mostraba en la mayor de las antillas una proporción favorable a los primeros del 64 por ciento de la población total, mientras que en las Antillas inglesas los habitantes libres apenas constituían el 19 por ciento. Por tanto, auguraba que si en lugar de seguir “discutiendo sin obrar”, no se modificaban en  breve la legislación y el estado de los habitantes de color, la preponderancia política podría pasar “a manos de los que tienen la fuerza del trabajo, la voluntad de sacudir el yugo y el valor de sufrir largas privaciones”. Pero en medio de ese panorama sentencia: “La isla de Cuba puede librarse mejor que las demás del naufragio común; porque cuenta con 455.000 hombres libres, no siendo los esclavos más que 260.000 y puede preparar gradualmente la abolición de la esclavitud, valiéndose para ello de medidas humanas y prudentes”. (Humboldt 1998 a, 174)

La crítica de Humboldt a los efectos de la esclavitud no se limitaba a una consideración moral o filantrópica, por el contrario estaba asociada con la crítica más general al colonialismo europeo basado en el modelo de la plantación productora de unos pocos cultivos de alto valor comercial. No es casual su afirmación de que en las Antillas era en donde se habían desenvuelto “con más energía los principios del sistema colonial” (Humboldt 1998 a, 299) Ya en el Ensayo político sobre la Nueva España adelantaba algunas de las ideas que evalúa con más amplitud en la obra dedicada a Cuba. En el tomo dedicado a la agricultura y la minería puede leerse: “Bajo los trópicos, principalmente en las Indias occidentales, que han llegado a ser el centro de la actividad comercial de los europeos, la palabra agricultura se toma en un sentido muy diferente del que se le da en Europa. En Jamaica o en la Isla de Cuba, cuando se oye hablar de estado floreciente de la agricultura, esta expresión no ofrece a la imaginación la idea de terrenos que producen objetos de cambio para el comercio y materias primas para la industria manufacturera”.[9] Luego de describir el cultivo en territorios como las llanuras güineras, en donde el trabajo era realizado por esclavos africanos, sentencia que “La vida del campo pierde su atractivo cuando es inseparable del aspecto de la infelicidad de nuestra especie”.

Por el contrario, la agricultura en la Nueva España le trasmitía una imagen menos penosa y triste: “El cultivador indio es pobre, pero libre… Los principales objetos de la agricultura no son esos productos a los que el lujo de los europeos ha dado un valor variable y arbitrario, sino los cereales, las raíces nutritivas y el maguey, que es la vida de los indígenas”. Su preferencia por este tipo de agricultura y rechazo al modelo que representaban las plantaciones esclavistas, queda sintetizado en la forma siguiente: “La vista de los campos recuerda al viajero que aquel suelo da de comer a quien lo cultiva, y que la verdadera prosperidad del pueblo mexicano no depende ni de las vicisitudes del comercio exterior ni de la política inquieta de Europa”. (Humboldt 1941, t. 3, 11-12)

En el capitulo del Ensayo político sobre Cuba dedicado a la Agricultura introduce nuevos  elementos de esta problemática, al resaltar la base de la alimentación en los trópicos en los primeros siglos coloniales a partir de cultivos como el maíz, la yuca, los plátanos o las batatas, pero le dedica un análisis más profundo a partir del estudio de las balanzas comerciales de La Habana y la dinámica de su comercio exterior. De estas estadísticas, señala la elevada importación de comestibles y bebidas como muy dignas de la atención de los interesados en conocer el verdadero estado de “aquellas sociedades que se llaman colonias de azúcar, o de esclavos”. De estas en general argumenta: “Tal es la composición de aquellas sociedades que habitan el terreno más fértil que la naturaleza puede ofrecer para el mantenimiento del hombre, tal la dirección agrícola de los trabajos y de las industrias en las Antillas, que, en el clima afortunado de la región equinoccial, la población carecería de subsistencias si no fuera por la actividad y la libertad del comercio exterior”.

En el caso de Cuba no se refería a la introducción de vinos, licores u otros artículos que sólo consumían las clases acomodadas, sino más bien a los consumos de primera necesidad que no se conseguían a partir de la producción local: “Los cereales de los Estados Unidos han venido a ser una necesidad real y verdadera bajo una zona en que por mucho tiempo el maíz, la yuca y los plátanos se preferían a cualquier otro alimento”. No veía con malos ojos el desarrollo de “un lujo enteramente europeo” en medio “de la prosperidad y de la civilización siempre en aumento de La Habana”, sin embargo se trataba de que “al lado de la introducción de las harinas, de los vinos y de los licores de Europa, figuran en el año de 1816 por un millón de duros y en el de 1823, por tres y medio de carnes saladas, de arroz y de legumbres secas”. (Humboldt 1998 a, 267). A partir de estos análisis, Humboldt llega a una conclusión que resulta trascendental para evaluar el impacto de largo alcance de su obra, al poner sobre la mesa el ya secular debate entre especialización o diversificación en la economía cubana y sus consecuencias sociales e incluso medioambientales. Por la importancia de sus argumentos, que nos parecen centrales en su percepción sobre Cuba dentro de su evaluación de las colonias de plantación, nos permitimos citar en extenso esta especie de profecía sobre el futuro que podría esperar la mayor de las Antillas.

Esa falta de subsistencias caracteriza una parte de las regiones tropicales, en que la imprudente actividad de los europeos ha invertido el orden de la naturaleza, la cual disminuirá a medida que mejor instruidos los habitantes acerca de los verdaderos intereses, y desanimados por la baratura de los géneros coloniales, variarán sus cultivos y darán un libre impulso a todos los ramos de la economía rural. Los principios de una política limitada y mezquina, que guía a los gobernantes de las islas muy pequeñas, verdaderos talleres dependientes de la Europa y habitados por unos hombres que abandonan el territorio luego que se han enriquecido suficientemente, no pueden convenir a un país casi tan grande en extensión como la Inglaterra, lleno de ciudades populosas, y cuyos habitantes establecidos de padres a hijos, hace muchos siglos, lejos de considerarse como extranjeros en suelo americano, muy por el contrario le tienen el mismo cariño como si fuera su patria. La población de la isla de Cuba, que quizás antes de cincuenta años acrecentará de un millón, puede abrir, por sus consumos mismos, un campo inmenso a la industria indígena. Si el tráfico de negros cesa enteramente, los esclavos pasarán poco a poco a la condición de hombres libres, y la sociedad arreglada por sí misma, sin hallarse expuesta a los vaivenes violentos de las conmociones civiles, volverá a entrar en el camino señalado por la naturaleza a toda sociedad numerosa e instruida. No por eso se abandonará el cultivo del azúcar y del café, pero no quedará como base principal de la existencia nacional, como no lo es para México el cultivo de la cochinilla, ni para Guatemala el índigo, ni para Venezuela el cacao. Una población agrícola, libre e inteligente, sucederá progresivamente a la población esclava, sin previsión ni industria. Los capitales que el comercio de La Habana ha puesto en manos de los cultivadores, de quince años a esta parte, han principiado ya a cambiar el semblante del país, y a esta fuerza eficaz, cuya acción va siempre en aumento, se unirá necesariamente otra, que es inseparable de los progresos de la industria y de la riqueza nacional, el desarrollo de los conocimientos humanos. De estos dos grandes móviles reunidos depende la suerte futura de la metrópoli de las Antillas. (Humboldt 1998 a, 267-68).

En este largo párrafo se condensan parte principal de las opiniones que le mereció a Humboldt su profundo estudio sobre Cuba, que desde su punto de vista no debía seguir el camino de otras colonias vecinas de acuerdo con las peculiaridades de su poblamiento, los sentimientos patrios del grupo de los propietarios criollos y el desarrollo de los conocimientos científicos. Pero la suerte futura de la colonia dependía también del cese definitivo de la trata y la abolición gradual de la esclavitud, para evitar “los vaivenes violentos de las conmociones civiles”. De gran interés resulta ese paralelo que establece entre la preeminencia absoluta de los cultivos comerciales como una inversión del “orden de la naturaleza”, debida “a la imprudente actividad de los europeos” en las regiones tropicales, o por el contrario la diversificación agrícola y la prioridad por los cultivos de subsistencia como “el camino señalado por la naturaleza a toda sociedad numerosa e instruida”.

Las esperanzas de Humboldt en que el futuro de Cuba podría ser prometedor, de adoptarse las medidas que recomienda, tenían que ver con varios factores geográficos, demográficos y culturales que señala en diferentes momentos. Entre estos ya se mencionó la favorable proporción de libres y esclavos en comparación con otras islas azucareras, pero también pone énfasis en la baja densidad demográfica (197 habitantes por legua cuadrada, 874 Jamaica, 691 Puerto Rico), y en relación con esto el tamaño, casi igual al de las demás grandes y pequeñas Antillas reunidas o a Portugal, y “casi tan grande como Inglaterra propiamente dicha, sin comprender el país de Gales”.[10] (Humboldt 1998 a, 104)

El incremento de la riqueza de la Isla había hecho innecesarios los auxilios que recibía de México (hay que reconocer que esto se debía en buena medida al auge plantacionista) y el puerto de La Habana, sobre todo tras la revolución en Haití, se había convertido en “una de las plazas de primer orden en el mundo comercial”. En cuanto a los factores culturales y políticos, enuncia: “Una concurrencia feliz de circunstancias políticas, la moderación de los empleados del gobierno, la conducta de los habitantes, que son agudos, prudentes y muy ocupados de sus intereses, ha conservado a La Habana el goce continuado de la libertad de cambios con el extranjero”. (Humboldt 1998 a, 105)

El curso de los acontecimientos en Cuba, al menos a corto plazo, no tomó el camino vislumbrado por Humboldt. Aunque la trata fue abolida formalmente a partir de 1820, la introducción de esclavos continuó de forma ilegal e incluso se incrementó por períodos, hasta mediados de la década de 1860. De igual forma la especialización azucarera o en los cultivos comerciales en general si atendemos al café -de forma más efímera en las cuatro primeras décadas del siglo-, o al tabaco -de forma más duradera- en lugar de disminuir aumentó en forma considerable. Esto dio motivo a que defensores de la esclavitud, como su traductor al inglés Thrasher, calificara de erradas las teorías sociales defendidas por el barón alemán. Sin embargo, la validez de éstas a largo plazo, al menos como proyecto, es en buena medida lo que explicaría la gran trascendencia del legado humboldtiano para Cuba y la vigencia asombrosa de muchos de los planteamientos a casi dos siglos de ser enunciados. 

 En realidad la crítica al sistema plantacionista para la producción de azúcar es más compleja de lo que aparenta en una primera impresión. Humboldt se nos revela en el Ensayo con un conocimiento amplio de las cuestiones agronómicas y técnicas de la agroindustria azucarera, así como bien informado de su historia. Este nivel de información lo obtuvo tanto de la observación directa y las conversaciones en su paso por Cuba, como de la documentación que reunió o llegó a sus manos más tarde. Así, nos muestra aspectos como la característica de la fertilidad de los suelos, la práctica de sembrar terrenos recién desmontados, donde la planta podía producir durante 20 o 23 años, o incluso más, como el cañaveral de la hacienda Matamoros que en 1804 tenía 45 años de ser plantado. Los mayores cambios en los plantíos de la caña y en los talleres de los ingenios se habían producido entre 1796 y 1800, a partir de la introducción de los trapiches movidos por agua y de las primeras experiencias con la máquina de vapor, de la cual en el momento de preparar el Ensayo existían ya 25 en diferentes ingenios de Cuba, con la introducción de la caña de Otahití, que cada día se generalizaba más, y con las mejoras en la casa de calderas con la llegada de emigrados de Santo Domingo a fin de quemar sólo bagazo. Al mismo tiempo, confiesa que, “para honra de los propietarios acomodados, en un gran número de plantíos se manifestó el mayor cuidado por la salud de los esclavos enfermos, por la introducción de negras y por la educación de sus hijos”. (Humboldt 1998 a, 235)

En su estudio de la economía azucarera de Cuba, el autor se apoya en datos cuantitativos recogidos durante su estancia, como producción, área total y área sembrada de caña, cantidad de esclavos, rendimiento agrícola e industrial, entre otros. Su modelo fue el de algunas fincas con una capacidad productiva por encima de la media de inicios del siglo XIX. Entre los asuntos que llamó más su atención, estuvo el del elevado gasto de combustible que requería el proceso de elaboración del azúcar. Esto a la vez tenía que ver con una de las principales problemáticas ambientales que comenzaban a afectar a los territorios habaneros y que a la larga repercutían sobre el propio éxito de la agroindustria: “A medida que la Isla se ha despoblado de árboles, por los demasiados terrenos que se han desmontado, los ingenios han principiado a tener falta de combustible”. A partir de esta preocupación y del propio carácter activo de Humboldt, junto a su condición de científico, se comprende que se involucrara directamente en tratar de conseguir alguna solución. Con ese fin realizó los experimentos en el ingenio Río Blanco del conde de Mopox y de Jaruco, a partir del “ensayo de muchas construcciones nuevas, con el fin de disminuir el gasto del combustible, de rodear el hogar de substancias que conducen mal el calor”. A su vez, se propuso conseguir que “los esclavos sufriesen menos atizando el fuego”. Tras hacer algunas recomendaciones concretas a partir de sus experimentos y de recomendar nuevos exámenes sobre el asunto, concluye que era necesario “graduar cuidadosamente la cantidad de jugo (guarapo), el azúcar cristalizado que se saca y el que se pierde, el combustible, el tiempo y los gastos pecuniarios”.[11]

Adicionalmente Humboldt se convirtió en un precursor de la aplicación de la química moderna a la industria azucarera. En su opinión, no se debían esperar grandes economías sólo a través de la construcción y la disposición de las calderas. Un papel igual o más importante cabía a la mejora de las operaciones químicas, al conocimiento del modo de obrar de la cal, las substancias alcalinas y el carbón animal, y finalmente de la determinación exacta del máximo de  temperatura al que debía estar expuesto sucesivamente el jugo en las diferentes calderas. (Humboldt 1998 a, 229)

En otro momento hace referencia a las primeras noticias de la llegada a La Habana de muestras de azúcar de remolacha, traídas desde Alemania. Pero en esos momentos la ventaja de la caña de azúcar sobre la remolacha era considerable, a pesar de que la química había logrado vencer las dificultades para obtener el azúcar cristalizable de aquella planta. Según sus cálculos, una hectárea de la caña podía producir 13.000 Kg mientras que la segunda 250 Kg, por tanto para el consumo anual de 30 millones de franceses se necesitaban en los climas templados 37,5 leguas marítimas y bajo los trópicos apenas poco memos de 10 leguas marítimas.

Resultan interesantes también las estimaciones sobre el consumo de azúcar en los principales mercados y el consumo interno de Cuba. El gran interés de Humboldt por Cuba como objeto de estudio científico se confirma aún más con el Cuadro Estadístico que publicó en 1831 a partir de los datos de los trabajos del censo confeccionado en la Isla bajo las órdenes del capitán general Francisco Dionisio Vives. En la breve introducción a estas estadísticas se puede dilucidar además la elección de la mayor de las antillas como tema específico de la investigación humboldtiana, debido a la importancia creciente como principal exportador de azúcar a los nacientes centros industriales europeos y de Estados Unidos:

Es objeto de vivo interés político el seguir de cerca el crecimiento progresivo de la prosperidad de una de las Grandes Antillas, en la cual los hombres libres forman todavía las tres quintas partes de la población y la cual, por su posición geográfica, por la admirable fertilidad de su suelo y por la inteligencia de sus habitantes, ofrece un amplio campo a la civilización humana. (Humboldt 1965, 47)

El Cuadro Estadístico puede tomarse como una continuación y confirmación de muchas de las ideas desarrolladas en el Ensayo. De nuevo vuelve a la comparación con Jamaica para reflejar el contraste en cuanto a densidad de población y proporción de libres, libres de color y esclavos. Debido a la expansión de la frontera agrícola, las exportaciones por el puerto de La Habana ya no podían dar una idea exacta de la producción de la isla. Uno de sus comentarios más interesantes tienen que ver con el cálculo del consumo interior de azúcar por parte de la población libre (casi la única consumidora), que llegaba a 46 kilogramos por persona al año, mientras que el de Inglaterra, era algo más de 9 kilogramos y en Francia de apenas dos kilogramos.

Respecto a la producción del café, que en las primeras décadas del siglo XIX dio un gran salto y que aún a inicios de la década de 1830 se situaba en la vanguardia de las zonas productoras, Humboldt advierte que comenzaba a decrecer por la competencia extranjera y debido a la desigualdad de las cosechas. Este último comentario da una idea de su permanente actualización sobre la realidad en la Isla, pues se basa en una memoria sobre el café escrita por Tranquilino Sandalio de Noda y premiada por la Sociedad Económica habanera, en cuya revista apareció en 1829. Asimismo las estadísticas comerciales le permiten reiterar la gran dependencia de la importación de alimentos. Tras reproducir el cuadro de las importaciones entre 1827 y 1829 señala;

Un rápido vistazo… confirmará, así lo espero, lo que decía en otra parte sobre la masa de substancias alimenticias que exige anualmente al comercio exterior una población de menos de 1 millón de hombres libres, colocado sobre el suelo más fértil y el más capaz, por su extensión de alimentar una población por lo menos seis veces más considerable. (Humboldt 1965, 77-78)

La obra de Humboldt sobre Cuba contiene otras referencias importantes acerca de las relaciones entre los seres humanos y el resto de la naturaleza, no sólo en el momento de su visita sino también en perspectiva histórica. Entre los pasajes más extensos e interesantes se encuentran aspectos como la vegetación encontrada por los europeos, la densidad demográfica de los aborígenes en el momento de la conquista, sus hábitos alimenticios y las causas de su desaparición. Aunque reconoce que la fertilidad del suelo, la diversidad de plantas alimenticias y la abundancia de pesca podían haber sostenido una numerosa población, no comparte las estimaciones al alza ofrecidas por Las Casas:

Por mucha que sea la actividad que se quiera suponer a las causas de destrucción, a la tiranía de los conquistadores, a la irracionalidad de los gobernadores, a los trabajos demasiado penosos de los lavaderos de oro, o las viruelas y la frecuencia de los suicidios, sería difícil concebir cómo en 30 o 40 años habría podido desaparecer enteramente, no digo un millón, sino solamente tres  o cuatrocientos mil indios. (Humboldt 1998 a, 194)

A continuación establece una interesante comparación con la mortalidad de los esclavos en las Antillas, lo que a su juicio podría esclarecer el debate. En ese sentido cita los datos de mortalidad en las pequeñas islas dominadas por los ingleses, en donde la población disminuye cada año de 5 a 6 por 100, mientras que en Cuba era de más de 8 por 100; por lo que concluye que “la destrucción total de 200.000 en 42 años supone una pérdida anual de 26 por 100, la cual es muy poco creíble, aunque quiera suponerse que la mortandad de los indígenas haya sido mucho más considerable que la de los negros comprados a precios muy subidos”. (Humboldt 1998 a, 195)[12] En verdad Humboldt subestimó el impacto de las denominadas “epidemias en suelo virgen” sobre la rápida desaparición de las poblaciones aborígenes en las Antillas; aún así hay que reconocer que el debate sobre la demografía de las islas a la llegada de los europeos y las causas de su desaparición están lejos de un consenso definitivo. (Crosby 1976, 1991; Cook 2002)

Más adelante en la descripción del recorrido por la costa sur desde Batabanó hasta Trinidad, el viajero muestra su dominio de las obras de los primeros cronistas con el objetivo de marcar el contraste de la imagen de esas costas tres siglos después: “Nada se parece hoy a la soledad de aquellos sitios de aquellos sitios que en tiempos de Colón estaban habitados y eran frecuentados por gran número de pescadores”. Y más adelante reitera: “Desde Batabanó a Trinidad, en una distancia de 50 leguas, no hay pueblo alguno, y apenas se encuentran dos o tres rediles o corrales de marranos o de vacas; sin embargo, en tiempo de Colón aquel terreno estaba habitado aún a lo largo de la parte litoral”.[13] (Humboldt 1998 a, 340)

En el viaje por los cayos de la costa sur se produjo un hecho que da idea de la sensibilidad de Humboldt hacia los animales o más bien su oposición a la crueldad innecesaria hacia estos por parte de los humanos. Según su relato, mientras se encontraba herborizando junto a Bonpland los marineros buscaban cangrejos de mar, pero irritados por no hallarlos, subieron a los mangles e hicieron “un terrible destrozo de tiernos alcatraces que estaban juntos de dos en dos en sus nidos”. Por más que “le afeábamos esta crueldad y estos tormentos inútiles”, escribe, no desistieron del empeño los marineros, quienes condenados a la soledad de los mares “se complacen en ejercitar un imperio cruel sobre los animales cuando se les presenta la ocasión”. Termina por último con una profunda reflexión sobre el comportamiento de los humanos hacia otras especies:

El suelo estaba cubierto de aves heridas que luchaban con la muerte, de modo que hasta nuestra llegada había reinado en aquel pequeño rincón del mundo una calma profunda, y desde entonces todo parece que decía, el hombre ha pasado por aquí. (Humboldt 1998 a, 333)

Para finalizar con este acápite se podría hacer otra referencia que muestra la índole de las ocupaciones de Humboldt durante su estancia en Cuba. En este caso tiene relación también con los animales y es lo referente a sus investigaciones sobre la diferencia entre los cocodrilos y los caimanes cubanos. Todo parece indicar que su paso por Batabanó y otras zonas cenagosas en donde estos animales tenían su hábitat, le motivó a hacer una investigación más profunda, que tenía que ver con su interés por  verificar el límite de las especies de saurios carnívoros, y por ello en su segundo viaje hizo que le llevaran a La Habana, “a mucha costa”, ejemplares de cada especie. Sólo le llegaron vivos dos cocodrilos. Estos eran fuertes y feroces, el mayor de cuatro pies y tres pulgadas de largo, cuyo examen nos describe de la siguiente manera: “y para observar sus hábitos y sus movimientos, los pusimos en una sala grande, donde, colocados encima de un mueble muy alto, podíamos verlos atacados por perros grandes”. (Humboldt 1998 a, 322)

La muerte en el camino de los denominados caimanes le impediría hacer la comparación, pues tampoco se los llevaron para que los reconociera. No obstante, establece el paralelo entre los cocodrilos cubanos y los que habían observado en el Orinoco y concluye que a pesar de sus diferencias le parecían los mismos, puesto que “también los saurios carnívoros de una misma especie son más suaves y más tímidos, o más feroces y más animosos en un mismo río, según la naturaleza de las localidades”. Asimismo defiende las afirmaciones del navegante, explorador y bucanero inglés William Dampier (1652-1715) sobre las diferencias entre los cocodrilos y los caimanes americanos, con lo que de paso critica a los científicos que desconocían la importancia de la observación directa:

Lo que refiere acerca de este punto en su viaje a la bahía de Campeche, hubiera podido excitar, a más de un siglo, la curiosidad de los sabios, si los zoólogos no desechasen las más veces con desdén, cuanto los navegantes u otros viajeros, que carecen de conocimientos científicos, observan acerca de los animales. (Humboldt 1998 a, 323; Gerbi 1993, t. 2, 510-527)

 

Influencia de Humboldt en el pensamiento cubano del siglo XIX

El Ensayo político sobre la Isla de Cuba, como es conocido, apenas llegó a venderse en las librerías de Cuba tras su publicación en español en 1826. En una sesión del 29 de noviembre de 1827 del Ayuntamiento de La Habana, el hacendado Andrés de Zayas expuso que en las librerías de la ciudad se estaba vendiendo en castellano la obra escrita por el barón de  Humboldt y que ésta, “bajo muchos aspectos apreciabilisimos, era sin embargo sobremanera peligrosa entre nosotros por las opiniones de su autor acerca de la esclavitud, y más que todo por el cuadro tanto más terrible, como más cierto que representa a las gentes de color de su fuerza en esta Isla y su preponderancia decisiva en todas las Antillas y las costas del continente que nos cerca”. Por tanto pedía que se tratase de evitar por todos los medios la circulación de ese libro y que se nombrara una comisión para acordar el orden más oportuno de recogerla. Por coincidencia en la misma fecha y a petición de Anastasio Carrillo de Arango, se negaba la licencia a la población de color para establecer escuelas con argumentos muy similares:

abrirles las puertas de la civilización por desgracia demasiado adelantada ya entre los libertos, era lo mismo que descorrerles el velo del prestigio por nuestras propias manos; en cuya fuerza moral solo se funda nuestra superioridad descubriéndoles la funesta realidad de la suya harto patente para que se conserve por mucho tiempo oculta.[14]

En la sesión del 7 de enero de 1828, se informó que en la librería de José de la Cova existía un ejemplar, 5 en la de Valentín Colmenares y uno en la de Nicolás Ramos, ejemplares que quedaron en manos del comisionado por el Ayuntamiento. No existían más ejemplares en otras librerías, pero en los almacenes de la Aduana se encontraban cajones de libros consignados a varios libreros de la ciudad. En la siguiente sesión del cabildo, el 15 de enero, se acordó la recogida de la obra de Humboldt y depositarla hasta que con más conocimiento de causa se adoptara una decisión, así como hacer un listado de las existentes en las librerías.

A pesar de esto, el Ensayo no fue desconocido por la intelectualidad cubana y española de la época, que solió citarlo como fuente de autoridad. Francisco de Arango y Parreño realizó varias observaciones a la primera edición en francés. Muy temprano recibió Humboldt el calificativo de “segundo descubridor de Cuba”, una frase atribuida a José de la Luz y Caballero, quien lo visitó personalmente en Berlín y en París.[15] En las obras y escritos de figuras como Domingo del Monte, Felipe Poey, José Antonio Saco, entre otros, aparecen frecuentes referencias al científico alemán. Acerca del significado de su obra, precedido de unos comentarios críticos a un autor contemporáneo, escribió en 1854 el geógrafo Esteban Pichardo: 

Creen muchos que estando en La Habana y dando un paseo de algunas leguas ya conocen y pueden hablar completamente de la Isla de Cuba, sin comprender que la capital es quizá lo más exótico de la Isla y que la verdadera Isla de Cuba ya más bien se encuentra muy al interior. El Sr Humboldt vio La Habana y Trinidad solamente un corto tiempo en que no pudo conocer y estudiar una isla tan extensa y heterogénea; pero aquel encéfalo universal, aquella circunspección juiciosa, hicieron lucir sus ligeros trabajos, disminuyendo sus equivocaciones. (Pichardo 1854, XXVI)

Tampoco faltó el reconocimiento de los autores españoles dedicados al estudio de Cuba. El naturalista gallego Ramón de La Sagra, quien se desempeñó como Director del Jardín Botánico de La Habana de 1824 a 1835, fue elogiado por Humboldt después de recibir su Historia económica-política y estadística de la Isla de Cuba, impresa en 1831.[16] Otro español, el historiador Jacobo de la Pezuela, le dedicó a Humboldt una entrada de extensión considerable dentro de su Diccionario. Acerca del Ensayo, sin embargo, se hace un comentario cuando menos curioso:

Aunque tan interesante para esta Isla, cuanto que fue aquel el primer libro que la diese a conocer al mundo de una manera científica, su composición para las fuerzas del autor, fue juguete si se le compara con las demás producciones de su pluma.[17] (Pezuela 1863, t. 3, 419-426)

La elección por el norteamericano John S. Thrasher del Ensayo de Humbodt como la mejor obra de su tiempo dedicada a Cuba para ser traducida al inglés, a casi treinta años de su aparición, constituye una buena evidencia de la trascendencia de esta obra. Por entonces ya existían otros estudios valiosos, como los de La Sagra, pero en este caso no resultaban elegibles por su defensa del dominio colonial español sobre la Isla. La condición de extranjero del autor alemán podría conferir a su trabajo el valor de la imparcialidad. La traducción apareció en Nueva York en 1856 con un estudio preliminar del propio Thrasher, quien guiado por su pensamiento pro-esclavista y racista, retiró el capitulo dedicado específicamente al tema de la esclavitud, lo que motivó una enérgica protesta de Humboldt. (Ortiz 1998 b, 281-307), Adicionalmente en un “Ensayo preliminar” escrito para presentar la traducción, bajo el supuesto de actualizar los datos en las tres décadas que median, Thrasher refuta aspectos medulares del pensamiento humboldtiano sobre el tema de la esclavitud y la economía plantacionista azucarera.

 En lugar de la diversificación de cultivos, Thrasher expone que el estudio y desenvolvimiento de “los verdaderos principios de la economía política durante el último cuarto de siglo”, contrariaba la teoría humboldtiana de los intereses materiales: “Se admite hoy que el trabajo y el capital de un país están más acertadamente empleados en la producción de aquellos artículos para los cuales su clima y suelo se adaptan mejor. De esta manera, por medio de los intercambios de libre comercio, las necesidades de la comunidad se satisfacen con menos gasto de trabajo, y una gran parte de la riqueza que produce, convertida en capital, vuelve a aplicarse a la producción. Es esta combinación de agricultura y comercio lo que ha dado origen a la gran prosperidad de la Isla de Cuba”. Igualmente califica de errónea la teoría social defendida por Humboldt a favor de la gradual abolición de la esclavitud y la igualdad de las razas. Para demostrar sus efectos adversos menciona el ejemplo de lo ocurrido tras el fin del trabajo esclavo en Jamaica, caracterizada a su juicio por un claro declive de la civilización en todos los ordenes.

No es el caso abundar en los argumentos pro-esclavistas de Thrasher, pero en cualquier caso es evidente que a la larga no fueron las teorías materiales y sociales de Humboldt las que resultaron estar erradas, sino las suyas. La aparente prosperidad de Cuba sobre la base del trabajo esclavo y la especialización azucarera no eran la panacea que proclamaban los sostenedores del status quo esclavista, a partir de los asombrosos incrementos en la producción y el comercio o los progresos de la modernización tecnológica. Aunque la realidad pareciera mostrar lo contrario, la esclavitud tenía sus días contados. El peso de la especialización azucarera, en cambio, tendría más larga vida y gravitó sobre la economía cubana por más de un siglo.

Cuando se supo en La Habana de la muerte de Alejandro de Humboldt, acaecida el 10 de mayo de 1859, las páginas de Liceo de La Habana publicaron una semblanza biográfica de homenaje al sabio visitante de la Isla en los albores del siglo. Se estimó que para América la pérdida sería profunda y duradera, sobre todo para la América española, por lo que se le debía tributar un homenaje decoroso, aún mayor que el de Francia: “Si Colón dio a Europa un nuevo mundo, Humboldt se lo hizo conocer en lo físico, en lo material, en lo intelectual y lo moral”. Tras reseñar brevemente sus obras más importantes, se destaca acerca del Ensayo: “muy lleno de interesantes pormenores, y muy conocido entre nosotros”. El párrafo final es muestra de la veneración que alcanzó en vida el sabio y de la proyección futura de su obra:

Jamás la vida de un hombre ha sido mejor aprovechada en beneficio de la ciencia y de la humanidad. Su vasta inteligencia no alumbra ya en los dominios de la ciencia; pero su recuerdo, el recuerdo del genio, será imperecedero, y las futuras generaciones repetirían su nombre respetuosas, como hoy nosotros repetimos con veneración el de Aristóteles. (Del Río 1859, 1-5)

En las postrimerías del siglo XIX hubo otros dos trabajos que contribuyeron a analizar aspectos de la obra humboldtiana sobre Cuba. En 1887 el periodista, maestro y funcionario cubano Manuel Villanova y Fernández publicó cinco artículos en La Semana, entre el 5 de septiembre y el 3 de octubre, con el título “Humboldt y Thrasher”. En este reprochaba al viajero alemán cierta benevolencia hacia la legislación esclavista española, que aparentaba ser más “humana” en comparación con la de otras naciones europeas. (Villanova 1960) Diez años más tarde Vidal Morales publica en El Fígaro, el primer escrito específico sobre la estancia de Humboldt en Cuba y acerca de la trascendencia del Ensayo al dar a conocer “al mundo civilizado cuanto valía esta preciosa colonia española”. (Vidal Morales 1897)

Acerca de le percepción sobre Humboldt a fines del siglo XIX merece la pena citar una memoria de 1889 del Asilo de Mendigos La Misericordia, creado en 1886 por la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de la Isla de Cuba. Dos de sus miembros, Ignacio Rojas y José Pujol, escribieron en dicha memoria a propósito de la grave crisis económica por la que atravesaba el país, que ésta había sido prevista “sagazmente” por el científico alemán, al observar la falta de artículos de subsistencia que caracterizaba a una parte de las regiones tropicales, debido a “la imprudente actividad con que se había invertido el orden de la naturaleza”. (Rojas y Pujol 1889, 6)  La idea de que esa situación cambiaría “a medida que los habitantes -más ilustrados sobre sus verdaderos intereses y desalentados por el bajo precio de los productos coloniales- variasen sus cultivos y diesen libre desenvolvimiento a todos los ramos de la economía rural”, era congruente con los objetivos que se propusieron los integrantes de la primera sociedad de corte ambientalista fundada en Cuba entre 1882 y 1890. (Funes 2008)

Reediciones del Ensayo y homenajes a Humboldt en el siglo XX

La verdadera eclosión del interés por la obra de Humboldt sobre Cuba ocurre ya  entrado el siglo XX. Los momentos culminantes de ese interés tienen mucho que ver tanto con grandes encrucijadas históricas como con homenajes y celebraciones de fechas significativas en la vida de Humboldt. El encargado de dar el disparo de salida fue Fernando Ortiz al realizar la primera edición del Ensayo político sobre la isla de Cuba en el país al que estaba dedicado. La publicación tuvo efecto en 1930, como parte de la Colección de Libros Cubanos. Ortiz proclamó este acontecimiento como una deuda de Cuba hacia el autor y con los lectores cubanos. Según nos dice, fuera del acuerdo incumplido de la Academia de la Historia de Cuba de colocar su retrato en la galería de historiadores, no se conocía de ninguna otra evocación por las instituciones culturales del país. No se había dado aun el tributo de reconocimiento que se debía a Humboldt,

pues la sensibilidad agradecida de algunos patricios cubanos no tuvo eco en los gobernantes coloniales; ni los republicanos, desvanecidos por la fruición de la autoridad, han recordado siempre las grandes figuras del pasado que formaron la conciencia libre de la patria. (Ortiz 1998, XCV-XCIX)

La edición preparada por Fernando Ortiz comienza con un agudo estudio bibliográfico de su autoría e incluyó las notas de Arango y de Thrasher. Entre los homenajes que se le debían a Humboldt indicada poner su nombre en la toponimia cubana, bien en calles, plazas, barrios o poblados y erigir un gran monumento conmemorativo en La Habana. Que la obra dejara de ser una rareza bibliográfica, venía a cubrir otro de los vacíos. El llamado de Ortiz no cayó en el vacío y poco tiempo después surgían iniciativas para darle nombre del científico germano a una plaza y una calle habanera.

No se debe pasar por alto que el momento de la reedición del Ensayo coincide con una profunda crisis económica y política nacional,  que hacía sentir con toda fuerza el peso del predominio de los grandes latifundios azucareros de propiedad norteamericana. El propio Ortiz fustigó la rápida expansión hacia la mitad oriental de la Isla de esos enormes latifundios de propiedad extranjera y de la alarmante extensión del monocultivo cañero, sostenida en buena medida por la inmigración de caribeños, sobre todo haitianos y jamaicanos, para las tareas de las zafras. Por eso no se puede descartar que la reedición del Ensayo dedicado a Cuba por Humboldt tuviera además una intencionalidad política. (Ortiz 1983 [1940]; Santí 2002, 43-76)

En 1939 se producen dos hechos relacionados con el creciente reconocimiento de la figura de Humboldt por los cubanos. Uno fue la creación del Grupo Humboldt, de la Sociedad de Geografía e Historia de Oriente, encabezado por el geógrafo Pedro Cañas Abril. Este grupo, formado por representantes de distintas profesiones, organizó numerosas excursiones para explorar a profundidad diferentes sitios de la geografía cubana. El otro fue la colocación en la base del monumento dedicado a Alejandro de Humboldt en Berlín, por intermedio de las gestiones del médico cubano Miguel A. Branley a nombre de instituciones cubanas, de la inscripción: AL SEGUNDO DESCUBRIDOR DE CUBA, LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA, 1939. La historia de esta iniciativa fue relatada posteriormente con todo detalle por Branley. En su discurso preparado para la ocasión, se hizo eco de las palabras de Ortiz acerca de la deuda cubana hacia Humboldt y expresó:

Por eso yo vengo, en el día de hoy, a reparar en parte, la deuda de gratitud de Cuba hacia este hombre glorioso, a nombre y en representación de la Universidad de La Habana y también de la Sociedad Geográfica de Cuba, que se ha adherido a nuestra Universidad en este homenaje. (Branley 1959, 19-29; Schwarz 1997)

En las décadas de 1940 y 1950 se realizaron nuevos homenajes a la memoria del paso de Humboldt por Cuba y de su obra sobre la isla. Tal vez la más significativa sea la develación de una tarja en la casa en donde se hospedó durante su breve escala en Trinidad con motivo de la celebración en esa ciudad del Sexto Congreso Nacional de Historia, el 11 de octubre de 1947. En esa oportunidad el geógrafo Salvador Massip, dio lectura a su discurso “La obra americanista y liberal de Humboldt”, en el que resaltó:

Modesto como es este monumento, es el primero que Cuba dedica a Humboldt. Trinidad da con ello un hermoso ejemplo a La Habana y a Cuba entera, que tanto deben a Humboldt. Trinidad, noble y generosa, debía proceder así con el amigo más noble y generoso que jamás hayan tenido Cuba y los cubanos. (Massip 1969, 9)

La conmemoración del centenario de la muerte de Humboldt en 1959 constituyó un momento cumbre de recordación a su vida y su obra por los cubanos. Aunque los preparativos para la fecha se iniciaron al menos con dos años de antelación, las actividades organizadas tuvieron lugar en medio de los momentos iniciales de la revolución de 1959, lo que confirió una relevancia aún mayor al rescate y divulgación de la obra humboldtiana sobre la isla.

Desde 1957 la Sociedad Económica de La Habana había promovido la creación del “Comité organizador del homenaje nacional al barón Alejandro de Humboldt, en el centenario de su muerte”, en el que estuvieron representadas numerosas instituciones culturales y científicas cubanas. Fruto de las iniciativas del Comité fueron la publicación de un número especial de la revista Bimestre Cubana como “Homenaje al segundo descubridor de Cuba, Alejandro de Humboldt”, conferencias en el Casino Español de La Habana y en la Biblioteca Nacional José Martí, en donde se inauguraron los eventos conmemorativos, con el apoyo del Ministerio de Estado y de Educación y la Embajada de Alemania. Varias de las conferencias fueron impartidas por profesores y científicos alemanes, en el marco de un creciente intercambio académico y cultural cubano germano en las décadas previas. Adicionalmente la Biblioteca Nacional de Cuba presentó una exposición de libros de Humboldt en varios idiomas, documentos del Archivo Nacional y publicaciones antiguas y modernas relativas al azúcar, el café y tabaco, “cuyos mercados en el extranjero amplió de modo notable Humboldt, con sus escritos”. (Branley 1959, 40)

En el marco del centenario, Branley realizó un recorrido siguiendo la ruta de Humboldt en Cuba, con el fin de demostrar que su legado estaba presente “gracias a la devoción de la clase intelectual y de sus instituciones culturales”. A su juicio ni Cuba colonial ni la republicana ofrecieron el justo reconocimiento al científico alemán, en cambio los apoyos de los ministros de Estado y Educación, en la nueva época, prometían mejores augurios. Para lograr la incorporación definitiva de Humboldt a la vida cultural del país, Branley sintetizó las propuestas suyas y de diferentes personas e instituciones que podían servir de guía al gobierno de la República en ese empeño. Entre estas estaban: conceder la ciudadanía cubana “en el Año de la Liberación de Cuba”, como homenaje póstumo; erigir un monumento conmemorativo hecho por artistas cubanos, emisión de sellos de correo; publicación de una edición popular del Ensayo; establecer el Día Humboldt con carácter oficial para los centros docentes de enseñanza primaria y secundaria, en la fecha de su natalicio; adquisición por el Estado de la Casa en que pernoctó en Trinidad, con el fin de establecer un museo.

Por último, establecer un Parque Nacional Alejandro de Humboldt en el Municipio de Güines, con suficiente área para llevar a cabo finalidades educativas, de investigación y recreativas. En este parque se establecería un jardín botánico y parque zoológico, un museo y campos deportivos, con suficiente extensión para convertirse en centro de atracción turística nacional y extranjera. Asimismo, con fines de investigación se erigiría la Casa Humboldt, para alojamiento de los investigadores extranjeros que hayan sido solicitados para determinados estudios de los recursos naturales, así como recinto de los laboratorios y de una biblioteca adecuada.[18]  (Branley 1959, 41-43)

El objetivo de todo lo anterior era el de “unir el pasado creador con el pasado revolucionario, para construir una Cuba nueva y mejor”. Otras instituciones como la Oficina del Historiador de la Ciudad, se sumaron con realizaciones concretas a las conmemoraciones por el centenario de la desaparición física de Humboldt. Entre sus iniciativas estuvo la reedición del Ensayo en el propio año 1959, con un prólogo de su Director Emilio Roig de Leuchsenring y otros trabajos como el ya citado de Salvador Massip.[19] (Roig de Leuchsenring, 1959) Un año después la revista de esta entidad, Cuadernos de Historia Habanera, reprodujo el artículo de Manuel Villanora, “Humboldt y Thrasher”, con un prólogo escrito por el reconocido historiador José Luciano Franco. En el mismo año se realiza la tercera edición cubana del Ensayo dentro de la colección de bolsillo “Biblioteca Popular de Clásicos Cubanos”.

A mediados de la década de 1960 se edita por primera vez en español el Cuadro Estadístico de la Isla de Cuba, gracias al hallazgo, traducción y publicación de Armando Bayo, quien escribe además una introducción titulada “Humboldt y Cuba”. (Bayo 1965) A continuación se reproduce en extenso párrafo de ésta, como señal del significado que se atribuía al científico alemán en los nuevos tiempos de revolución popular, antiimperialista y construcción del socialismo en la Mayor de las Antillas:

La huella de Humboldt, sus enseñanzas, las orientaciones que dio en su tiempo sobre Cuba, son hoy, a pesar de haber transcurrido más de un siglo, de una fuerza tal, que son sus libros clásicos para e análisis y la buena interpretación de la realidad cubana, el punto de partida más claro de cualquier estudio que se quiera realizar sobre aquella isla que fue en tiempo no muy lejano, “de azúcar y de esclavos”, y es hoy faro indivisible y primer territorio libre del continente americano, donde se han eliminado las grandes lacras y problemas que bien señaló el ilustre amigo: la esclavitud (que hoy persiste en muchas zonas  de la América en forma de servidumbre); la tala inescrupulosa de los bosques, ya que hoy se siembran como política del gobierno revolucionario; el “naufragio común” del que se ha salvado definitivamente Cuba, por retirarse del extraño consorcio del “Tiburón y las veinte sardinas”; acerca de la imposibilidad de continuar en grande el cultivo del azúcar, que hoy, con el gobierno en manos del pueblo, ha quedado resuelto, planificándose métodos racionales y económicos; los gastos extraordinarios que requieren los grandes ingenios y como él mismo añade, “los frecuentes desarreglos domésticos ocasionados por el lujo, el juego y los demás desórdenes”, ya que hoy los ingenios están en manos de sus trabajadores y no hay derroches, porque la fuerza productiva está totalmente administrada por sus obreros; la falta de capitales para los cultivadores de tabaco y por otra parte el amontonamiento de riquezas, y tantas más, han desaparecido del país que construye con confianza el socialismo. (Bayo 1965, 13-14)

En el contexto de la construcción de un sistema socialista en Cuba y de las crecientes relaciones diplomáticas, económicas, culturales y científicas con la República Democrática Alemana, es que deben ser estudiados mayormente los nuevos homenajes de Humboldt entre las décadas de 1960 y 1980. Un momento importante fueron las conmemoraciones por el bicentenario de su nacimiento en 1969. La fecha fue celebrada ampliamente por la nueva Academia de Ciencias de Cuba fundada en 1962, a través de actos públicos y de la reedición de importantes trabajos sobre la figura de Humboldt y sus relaciones con Cuba. En la Serie Histórica fueron publicados cinco números consecutivos, del 9 al 13 (cuatro en 1969 y uno en 1970), con una selección de los mejores estudios dedicados al científico desde el siglo XIX y documentos históricos, junto a estudios contemporáneos de importantes autores cubanos. Entre estos últimos se encontraban la reedición, aumentada especialmente para la ocasión, del estudio de Antonio Núñez Jiménez, entonces Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, titulado “Humboldt, espeleólogo precursor” y otro trabajo de la autoría del historiador de la ciencia José López Sánchez, con el título Humboldt y su época. (Núñez Jiménez 1959, 1960, 1969; López Sánchez 1970)

En el acto de clausura del los homenajes por el bicentenario en la Academia de Ciencias de Cuba, se pronunciaron los discursos de Joseph Cermak, Miembro del Presidium de la Academia de Ciencias de Berlín y Presidente de la delegación alemana a los festejos del bicentenario de Alejandro de Humboldt en Cuba y de Antonio Núñez Jiménez.[20]  En las palabras de este último se explora una vertiente menos mencionada por los cubanos acerca del pensamiento de Humboldt y que estaba muy a tono con los nuevos tiempos: “Pudo prever –como Martí en su tiempo, el peligro del imperialismo norteamericano que ya comenzaba a gestarse en su cuna, y dijo: En los Estados Unidos, le escribía a Varnhagen el año 1854, se ha venido despertando una gran estima por mí allí; pero todo me hace ver que allí la libertad es sólo un mecanismo para lo útil, pero no es ennoblecedora y avivadora del intelecto, y de los sentimientos, cual debe ser el objeto de la libertad política”. (Núñez Jiménez 1969, 8-9)

En otro momento de su discurso rememora la idea de Humboldt en 1822 de establecer en el Nuevo mundo un Instituto de desarrollo científico, con sede en México:

La idea, con ser brillante, no pudo ser llevada a cabo. Nosotros creemos que la idea de Humboldt florece en nuestra patria, en la República Socialista de Cuba, y florece gracias a la cooperación más estrecha entre el Primer Estado Socialista Alemán, la República Democrática Alemana y nuestro país. Cobra vida esta idea no solamente en las muchas instituciones de nuestra Academia donde la RDA con Cuba forma un frente homogéneo y de comunes intereses, sino que vive fundamentalmente en el Instituto de Investigaciones Tropicales Alejandro de Humboldt que radica en nuestra Academia de Ciencias de Cuba como una dependencia de la misma.

Otro de los homenajes que recibió la figura de Humboldt en ocasión del bicentenario de su nacimiento fue la edición por Casa de Las Américas de un libro con los estudios que le dedicara el mexicano Vito Alesio Robles, “Alejandro de Humboldt. Su vida y su obra” y la ya citada “Introducción Bibliográfica” escrita por Fernando Ortiz para su edición del Ensayo político sobre la Isla de Cuba en 1930. Con posterioridad en la década de 1970 continuaron apareciendo publicaciones dedicadas al científico alemán, como la de Salvador Massip, “Humboldt. Fundador de la geografía moderna”, en la Serie Geográfica, número 8 de la Academia de Ciencias de Cuba, en 1972; o la de carácter divulgativo para niños de Alcides Iznaga, Humboldt, por la Editorial Gente Nueva, en 1974.

El fin a inicios de la década de 1990 de los vínculos especiales entre la República de Cuba y la República Democrática Alemana, contrario a lo que se podría pensar, no significó una disminución del interés por la obra de Humboldt sobre Cuba. Por el contrario, en 1996 se produce uno de los hechos que mejor simboliza el legado del viajero alemán en la Mayor de las Antillas. Mediante la Resolución 117 del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medioambiente, fue creado este año el Parque Nacional Alejandro de Humboldt, en territorios de las provincias de Holguín y Guantánamo correspondientes al macizo montañoso Nipe-Sagua-Baracoa, considerados como la mayor reserva de la biosfera del Caribe insular, al contener los hábitats naturales más importantes y significativos para la conservación in situ de la diversidad ecológica terrestre.

Los antecedentes del Parque se remontan a la creación de dos reservas naturales desde 1963, Jaguaní y Cupeyal del Norte, por Resolución 372 del Instituto Nacional de Reforma Agraria. En 1981 se añadió el refugio de fauna Ojito de Agua, establecido por el Ministerio de Agricultura y en 1987 la UNESCO aprobó la formación de la Reserva de la Biosfera Cuchillas del Toa. Por último, en 1995 fue creada la Región Especial de Desarrollo Sostenible o Área Protegida de Uso Múltiple Nipe-Sagua-Baracoa. Como coronación a todos estos esfuerzos por proteger los paisajes menos transformados de la geografía cubana, el Parque “Alejandro de Humboldt” fue proclamado en 2001 como patrimonio de la humanidad. (Fong, et. al. 2005)

De esta forma se superaba el alcance de cualquier iniciativa anterior para reconocer el legado del “segundo descubridor” de Cuba, cuyo nombre llega a denominar desde entonces al área protegida más importante de la isla, cuya riqueza de especies, ecosistemas y paisajes representa el principal centro de biodiversidad y diversificación de la biota antillana. Un año después se concretaba un nuevo homenaje permanente con la inauguración en el casco histórico de La Habana de la Casa Museo Alejandro de Humboldt, por iniciativa de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Ambos acontecimientos representan el mayor homenaje a un científico y viajero extranjero por su presencia en suelo cubano o por su obra, por encima incluso de grandes exponentes de la cultura científica nacional.

La cercanía del segundo centenario del arribo de Humboldt a América se convirtió en otro momento propicio para la recordación en Cuba y por parte de los estudiosos de la obra y vida del científico. Nuevas  reediciones del Ensayo aparecieron a ambos lados del Atlántico. Tanto en la isla como en Alemania y España, al menos, son cada vez más los estudiosos que prestan atención a la obra humboldtiana sobre la mayor de las Antillas y sus dos estancias en esta. No son ajenos a ese creciente interés los esfuerzos por promover vínculos académicos y diplomáticos. En cualquier caso siempre resultará sorprendente la vigencia de muchos de los pronunciamientos de Humboldt en su análisis de la situación de una colonia española en camino de convertirse en otra isla de azúcar y de esclavos hace ya más de dos siglos. Y es que al enunciar las potencialidades de Cuba para entrar a formar parte de las naciones “civilizadas”, al margen del claro sabor euro céntrico de la expresión, Humboldt no sólo escribió para su tiempo sino que, aún sin proponérselo, trazó un ideal que con los años se confundiría con el de los cubanos en su búsqueda de una patria mejor.

 

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[1]  Algunas de las aportaciones más recientes se encuentran en la bibliografía al final de este trabajo. En particular se pueden consultar: (Holl (Ed.) 1997), así como el estudio introductorio de Miguel Angel Puig-Samper, Consuelo Naranjo y Armando García (Eds.) a la reedición del Ensayo político sobre la Isla de Cuba publicado por Doce Calles, Aranjuez, 1998 (Humboldt 1998 a).

[2]  Por ejemplo, fueron fundamentales para el mapa que elaboró: “Para la formación del mapa de la isla de Cuba me he servido de las informaciones astronómicas de los más hábiles navegantes españoles, y de las que yo tuve ocasión de hacer”.

[3]  Otra de las referencias de Humboldt a la Comisión Guantánamo podemos encontrarla en su obra Cuadros de la Naturaleza, cuando se refiere a sus estudios de las palmeras durante su estancia en Cuba: “Durante el mes de enero hemos observado en el paseo público de La Habana y en las praderas inmediatas de la ciudad, todos los troncos de palmera real, nuestra Oreodoxa Regia, coronadas de flores blancas como nieve. Muchos días seguidos ofrecimos a los negritos que hallábamos en las estrechas calles de Regla o de Guanavacoa, dos piastras por un solo espádice de estas flores hermafroditas: fue en vano. Bajo los trópicos no es activo el hombre sino obligado por una necesidad absoluta. Los botánicos y pintores de la Comisión española creada bajo la dirección del conde de Jaruco y Mopox para el progreso de las ciencias naturales, los señores Estévez, Boldo, Guio y Echevarria, nos confesaron que por no poder conseguir tales flores habían estado sin examinarlas muchos años”. (Humboldt 2003, 307)

[4]  La tradición señala, según lo escribió Francisco Calcagno en Álbum  Güinero del 15 de septiembre de 1862, que fueron éstas las cuevas descritas por Humboldt. Otra tradición güinera a la que aludió Branly fue una ceiba que supuestamente fue sembrada por el viajero en 1804, ante la cual existía una tarja conmemorativa de ese acontecimiento.

[5]  ANC, IH, leg. 901/13. Remate de la renta decimal de ingenios de Güines. 1800

[6]  Tomado de A von Humboldt, (1982), Extractos de su diarios/Auswahl aus seinen Tagebüchern, Bogotá, Publicismo y Ediciones; (1991), pp. 39-40.

[7]  “Corte de maderas, Artículo 3º… Dictamen o voto que sobre los asuntos controvertidos en la Junta especial de maderas, formada en virtud de la Real Cédula de SM fecha el 14 de febrero del año 1800, presenta el Ingeniero Director de Marina D Miguel Fernández de la Puente, Capitán de navío de la Real Armada”, en Memorias de la Sociedad Económica de La Habana, t. 41, 1850, pp. 264-273.

[8] ANC, Junta de Fomento. Leg. 93/3953, Expediente sobre calificar la extrema decadencia que sufre la agricultura y comercio de esta Isla particularmente en su ramo de azúcar, f.50. Informe de Ignacio Zarragoytia y Jáureguí, Administrador de rentas de Bayamo. Fechado en Puerto Príncipe el 5 de marzo 5 de 1811. Ignacio de Zarragoytia y Jáuregui.

[9]  La frase continúa así: ¡Además, por rico y fértil que sea el campo, por ejemplo en el valle de los Güines, al sudeste de La Habana, uno de los sitios más deliciosos del Nuevo Mundo, se ven en él muchas llanuras plantadas, con esmero, de caña de azúcar y de café, pero regadas con el sudor de los esclavos africanos!”

[10]  Resulta interesante que en varios momentos haga esta comparación con Inglaterra, por ejemplo al referirse que el  terreno en el interior de la Isla era “suavemente ondeado como en Inglaterra”. También compara en menor medida con otras islas: “La Isla de Java es la que más se le parece por su figura y área”.

[11]  Francisco de Arango reconoció más tarde el carácter precursor de las  experiencias del científico alemán.

[12]  Francisco de Arango comenta al respecto en una de sus notas: “Hasta ayer mañana hubo en Guanabacoa muchas familias de indios. Yo las alcancé y el señor Barón verá en la Historia de Arrate que los indios, en sus canoas, eran los que proveían de agua a esta ciudad, antes de que se hiciese la zanja que tenemos hoy”.

[13]  La cita continúa así: “Cuando se cava en el suelo para hacer un pozo, o cuando torrentes de agua ahondan la superficie de la tierra durante las grandes avenidas, se descubren muchas veces hachas de piedra y algunos utensilios de cobre, obras de los antiguos habitantes de América”. Afirma que se trataba de cobre de Cuba, por su abundancia en esta isla y en Haití, siguiendo a Herrera en sus Décadas.

[14]  Expediente en que el Excmo. Ayuntamiento sobre que se recoja la obra del Barón de Humboldt titulada Ensayo político de la Isla de Cuba y que se nieguen las licencias a la gente de color, para escuelas, Boletín del Archivo Nacional, t. LVI, enero-diciembre, 1957, pp. 31-35.

[15]  Se estima que la frase de “segundo descubridor” de Cuba, atribuida a Luz y Caballero pudo estar inspirada en la afirmación de Bolívar de que Humboldt fue el verdadero descubridor de América. En una carta de 1823 al Doctor Francia para interceder por Bonpland, decía Bolivar: “Humboldt es el verdadero conquistador de América, por haber producido sus trabajos más bienes a los pueblos americanos que todos los conquistadores”. 

[16]  Ver. Consuelo Naranjo Orovio, Humboldt en Cuba: reformismo y abolición, p. 201. Carta de Humboldt a La Sagra fechada en Potsdam el 19 de junio de 1838, publicada en el Noticioso y Lucero, La Habana, núm. 341, 9 de diciembre de 1838.

[17]  El autor fue José Jesús Quintiliano García Valdés.

[18]  Vale la pena mencionar aquí que por Decreto 1204 del 6 de mayo de 1941 se había creado el Refugio Nacional de Caza y Pesca “Juan Gundlach”, en una zona de la provincia de La Habana, cuyo nombre honraba la memoria de este otro ilustre sabio alemán “que durante más de cincuenta años estudió las costumbres de las aves cubanas”. Abelardo Moreno Bonilla, “Los refugios naturales y parques nacionales: su importancia en la protección y conservación de la naturaleza”, Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, t. XCIV, fascículo 1, La Habana, 1955-1956, pp. 31-63.

[19]  Señala que la única mácula en la vida limpia de reaccionarismos e injusticia de Humboldt fue su intervención junto al gobierno prusiano para lograr la expulsión de Francia de Carlos Marx. Pero suscribe las opiniones de Ortiz en su estudio biográfico de 1929 cuando dijo: “Así debió ocurrir realmente, pero piénsese lo que era el marxismo antes de mediar el siglo XIX para los liberales de aquel entonces: un extremismo de fanáticos que entorpecía la conquista de la libertad, suprema idea de mágica virtud”.

[20]  ACC. Serie Histórica núm. 12, Bicentenario de Humboldt, La Habana, 13 de septiembre de 1969. Discursos en la clausura del bicentenario de Alejandro de Humboldt, en la ACC, La Habana, 13 de septiembre de 1969. Dr. Antonio Núñez Jiménez, Presidente de la ACC, p. 8-9. Dr. Joseph Cermak, Miembro del Presídium de la Academia de Ciencias de Berlín y Presidente de la delegación alemana a los festejos del bicentenario de Alejandro de Humboldt en Cuba, pp. 10-12.

 

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