Gespiegelte Fassung der elektronischen Zeitschrift auf dem Publikationsserver der Universität Potsdam, Stand: 20. April 2010 |
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José Ángel Rodriguez
Universidad Central de VenezuelaTras las huellas de Humboldt: realidades y fantasía de la naturaleza venezolana en el siglo XIX
3. Con Humboldt en el equipaje
Los viajes a Venezuela del húngaro Pál Rosti (1857) y de los alemanes Carl Geldner (1866-1867) y de Friedrich Gerstäcker (1868) confirman que la obra de Alexander von Humboldt sobre sus viajes americanos no era sólo materia de discusión en los círculos científicos de la época, sino también un texto altamente apreciado como guía de viaje, que usan por igual tanto eruditos, agregados militares como sencillos agentes comerciales.
La obra de Alexander von Humboldt proporcionaba, entre otros aspectos, a los nuevos viajeros un camino a seguir, asunto más que evidente en las páginas de Pál Rosti[1] sobre Venezuela, país que visitó por 5 meses en 1857 cuando tenía él 27 años. Es más, todo el periplo de Rosti por el continente americano, que contempló Estados Unidos, México y Cuba, es un calco de la obra del viajero alemán. En el caso venezolano, por ejemplo, parte de la realidad era más grata en la obra de Humboldt que la observada por Rosti, viajero encantado por la naturaleza, ciertamente, pero cargado de tantos perjuicios que fue incapaz de penetrar en la realidad social debido a sus resabios sobre los criollos. Lejos está su discurso de valorar acaso alguna virtud, como lo hacía en exceso Glöckler. Más todavía, como escribe con cierta indignación, y con inequívocas huellas de superficialidad: “En vez de adoptar los criollos, puntos de vista y costumbre europeas, son los europeos los que poco a poco se vuelven criollos: aclimatándose en poco tiempo espiritual y físicamente si es que antes no mueren”, como les endilga particularmente a los alemanes que viven en Ciudad Bolívar, urbe del Orinoco[2].
Una de las características del texto de Pál Rosti sobre Venezuela son sus constantes llamados a la obra de Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, de la que cita en exceso. Es así que al comentar, por ejemplo, el terremoto de Caracas de 1812, sobre el cual el húngaro tuvo la oportunidad de observar lo que Humboldt no tuvo ocasión, vale decir las ruinas que todavía se vislumbraban en la urbe, deja a los “datos auténticos” del alemán, algo más de tres páginas, todo lo relacionado con el sismo, como si Humboldt hubiese sido testigo presencial[3], para pasar luego él mismo a la descripción de la ciudad en la cual no observó “ningún adorno” debido a las continuas guerras civiles, que no le permitían “su florecimiento, su renacimiento”. Allí el autor pasó solamente un mes y encontró la comunicación difícil “debido a la celosa reserva de los caraqueños hacia el forastero”[4]. Esta visión de la urbe caraqueña y su gente difiere enormemente del testimonio de otros viajeros coetáneos, como el del consejero Miguel María Lisboa de Brasil, que observa nuevas edificaciones y reparaciones de antiguas construcciones, en especial los templos, además de una vida cultural animada[5].
La parte más débil del testimonio de Pál Rosti descansa, justamente, en la descripción de una de las áreas más visitadas en Venezuela debido, entre otros aspectos, a las magníficas descripciones que hiciera Humboldt sobre su geografía física y humana: los llanos. En sus propias palabras, el húngaro expresaba que “Mi más ardiente deseo era conocer este magnífico territorio, y había escogido (...) la ruta que medio siglo antes había seguido Humboldt, acompañado de Bonpland.” En otras palabras, desde Villa de Cura, vía Calabozo, hasta San Fernando de Apure. Sin embargo, el viajero fue convencido por los nativos de cambiar su periplo humboldtiano por razones climáticas: Humboldt había realizado la ruta en el mes de marzo, vale decir al final de la temporada seca, y no entre mayo y junio, vale decir en plena temporada de lluvias, como era el caso de Rosti. Y en esta época, bien lo sabían los lugareños, lo que encontraría el húngaro serían “inundaciones, (...) numerosos caimanes y tigres, (...) fiebres perniciosas y toda clase de males”. Por ello, Rosti habría de cambiar la ruta: al llegar a Villa de Cura se desvió a Chaguaramas y de allí a Cabruta, a la orilla del Orinoco, una ruta más segura[6]. De allí siguió en vapor para Ciudad Bolívar.
Los llanos divisados por Rosti en 1857 habían sufrido transformaciones de los contemplados por Humboldt en 1800. Sin embargo, el criterio de autoridad del alemán es tan fuerte, que Rosti prefiere dedicar un capítulo de su obra al camino de los llanos recorridos por el alemán dejando su propia experiencia para más adelante. En sus propias palabras, Rosti pide permiso al lector para citar “algunas descripciones del gran viajero”, que toman al final 17 páginas de su propia obra, porque “pintan con tan fieles y vívidos matices las regiones llaneras, su flora, los modos y molestias del viaje” que, en su concepto, lo relevaban “fatalmente de este trabajo, que además –dadas mis aptitudes- sólo podría realizar con imperfección”[7]. No toma en cuenta el sumiso viajero húngaro que el “gran viajero” había visitado el llano 57 años antes y que en ese periodo la geografía física y humana había sufrido notables modificaciones, tal como ha quedado más que demostrado en la obra de Pedro Cunill Grau[8]. Por fortuna, la fotografía no existía en la época del “gran viajero” alemán, lo que no inhibe al húngaro de tomarlas en su periplo, y que constituyen el aporte más importante de la obra de Rosti, quien realizó las primeras fotografías paisajísticas que, en el caso de Venezuela, totalizan 10 imágenes, tomadas entre marzo y agosto de 1857, de un gran valor documental[9].
La obra de Alexander von Humboldt, Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, utilizada como guía de viaje crea grandes expectativas en los viajeros que intentan seguir la huella del sabio alemán. La confianza puesta en el texto humboldtiano hace que, en la mayoría de los casos, no se tome en cuenta, como hemos visto en el caso de Pál Rosti, que el hombre es un agente geomorfológico por excelencia, que transforma los paisajes en el tiempo, y que también la misma naturaleza transforma el paisaje. En otras palabras, que el paisaje a visitar años después no es el mismo que el descrito por Humboldt a comienzos de siglo, menos todavía cuando a los viajes los separa una distancia de más de medio siglo.
Ahora bien, la observación en directo de algunos paisajes no dejó de ser decepcionante: el texto de Humboldt crea en el lector una especie de retrato mental que en oportunidades no se corresponde del todo con las nuevas circunstancias paisajísticas, en particular cuando se interpone el tiempo. Más de un viajero decimonónico experimentó esa sensación, al comparar lo descrito por Humboldt –y sobre lo cual tenía visiones adicionales por vía de las imágenes que sobre América pululaban en Europa- con la realidad. Fue el caso, por citar un ejemplo, del viajero comercial Carl Geldner, quien visitó Cumaná, en la ruta hacia Ciudad Bolívar en la búsqueda de El Dorado, en 1867. Cuando observó la ciudad desde lejos, la emoción de Geldner ante el paisaje coincide con la de Humboldt a comienzos de siglo, pero cuando pone el pie en tierra firme, se da cuenta que la ciudad había cambiado a tal punto que “ya no se percibía nada del bienestar de la ciudad, tal y como la viera Alexander von Humboldt” debido tanto a los movimientos sísmicos, que habían asolado a la urbe en 1839 y 1853, como a la desolación causada por las constantes revoluciones. De esta manera, anotaba Geldner, la impresión de la ciudad le resultó “desconsoladora” porque en vez de “caminar entre calles bien construidas uno va entre ruinas”[10].
Entre los decepcionados con partes de la realidad figura Friedrich Gerstäcker, quien visitó Venezuela en 1868. Muchas ilusiones había colocado Gerstäcker sobre su viaje por el Orinoco, en particular con el reino de las criaturas de la noche, sobre cuyos sonidos había experimentado gran placer a través de la lectura de la “Vida nocturna de los animales en la selva virgen”, pequeño ensayo de Humboldt que forma parte de sus Retratos de la naturaleza. La fuerza de las descripciones de Humboldt habían fascinado a Gerstäcker de tal manera que, según sus propias palabras, “siempre guardé a Venezuela y al Orinoco en mi memoria y al fin no tuve reposo hasta no haberlos visitado por mí mismo.” Pero, como sucede a menudo, Gerstäcker confesaba que o bien no había encontrado lo que esperaba con tanta ansiedad o, y allí estriba el problema, “quizás sólo fue que de mi fantasía le agregué a Humboldt mucho que no correspondía a la realidad”[11]. Dicho en otras palabras: de la impresionante y estupenda algarabía fáunica que escuchó Humboldt por el Orinoco, el nuevo viajero, que hizo también el viaje en noches de luna y en el mes de mayo, no quedaba nada. A decir de Gerstäcker, él no había escuchado nada, “excepto una sola vez el breve rugido de un tigre, la llamada de las golondrinas nocturnas antes y después de la caída de la noche, pero con frecuencia el grito de las aves acuáticas, sobre todo el de un ave grande que suena muy semejante al de un tigre y, por supuesto, viene desde lo alto de un árbol”. Desconsolado, afirmaba al final, que solamente los grillos “chirrían y silban toda la noche” para comprobar, en su caso, que “la enorme selva se extendía casi siempre sepulcralmente silenciosa”[12].
Otros viajeros tuvieron mejor suerte que Gerstäcker en cuanto a sonidos nocturnos de la selva se refiere. Uno de ellos fue el expedicionario y pintor francés Auguste Morisot, quien visitó Venezuela entre 1886-1887, que destaca con profusión en su obra las “voces profundas de la selva”[13]. ¿Sería acaso porque Morisot desconocía totalmente la obra de Humboldt?[14].
[1] Memorias de un viaje por América. Caracas: Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, 1968.
[2] Ibíd., p.207.
[3] Ibíd., pp.48-52.
[4] Ibíd., pp.52 y 72.
[5] Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela, 1954. Sobre Caracas léanse las páginas 65-74.
[6] Pal Rosti, Memorias de un viaje por América, op. cit. pp.137-138.
[7] Ibíd., p.143.
[8] Geografía del poblamiento venezolano en el siglo XIX. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1987, 3ts.
[9] Más detalles sobre el viajero húngaro en la obra de Josune Dorronsoro, Pál Rosti: una visión de América Latina: Cuba, Venezuela y México, 1857-1858. Caracas: Galería de Arte Nacional, 1983.
[10] Carl Geldner, Anotaciones de un viaje por América. 1866-1868. (Prólogo Miguel Angel Burelli Rivas. Introducción Helga Weissgärber. Traducción al castellano por Beatriz y Eric Lerbs y José Ángel Rodríguez). Caracas: Asociación Cultural Humboldt/Oscar Todtmann Editores, 1998; p.153.
[11] Viaje por Venezuela en el año 1868 (Traducción de Ana Maria Gathmann). Caracas: Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, 1968; p.127.
[12] Ibíd., p.128.
[13] Diario de Augusto Morisot (1886-1887). Caracas: Fundación Cisneros/Editorial Planeta, 2002; p. 358.
[14] En palabras del mismo Morisot: “Yo ignoraba hasta ahora el viaje de nuestros predecesores. Chaffanjon me había hablado de Humboldt y Bonpland en Caracas como de los primeros europeos en subir hasta la Silla, y eso era lo único que sabía de ellos.” El mismo se disculpa unas líneas más adelante de su ignorancia: el viaje de Chaffanjon a Venezuela, en el cual Morisot figuraba como el pintor de la expedición, había sido decidido rápidamente y el joven francés no había podido leer nada sobre el país que iba a visitar. Ibíd., p.440.
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