Gespiegelte Fassung der elektronischen Zeitschrift auf dem Publikationsserver der Universität Potsdam, Stand: 20. April 2010
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Teodoro Hampe Martínez
Pontificia Universidad Católica del Perú

Humboldt y el mar peruano
Una exploración de su travesía de Lima a Guayaquil (1802/1803)

2. Presencia e impresiones de Humboldt en Lima

Después de haber recorrido intensamente las costas de Venezuela y la cuenca del Orinoco, la isla de Cuba y los espacios cordilleranos de Nueva Granada y Quito, el barón Alexander von Humboldt entró al territorio perteneciente a la audiencia de Lima el 1 de agosto de 1802, tocando primero el pueblo de Ayabaca, en la sierra del actual departamento de Piura. Según cuenta el viajero, el propósito original de su venida a estas tierras era unirse a la expedición francesa de circunnavegación que dirigía Nicolas Baudin y que en 1800 había realizado importantes descubrimientos en los mares del sudeste de Asia y en el Pacífico occidental. Sin embargo, Baudin decidió finalmente cambiar su ruta, motivo por el cual no hubo oportunidad de que se encontrara con nuestro personaje en las costas de América (cf. Miró Quesada, 1966: 253; Orrego Acuña, 1997: 69).

Humboldt, fascinado vivamente por los lugares remotos y exóticos, había abrigado la ilusión de empalmar con las islas de Polinesia y aun con las Filipinas. Si bien no logró materializar este deseo, se dio en tierras peruanas el gusto de mirar y examinar por primera vez el Océano Pacífico, que avistó con emoción desde el alto de Huangamarca, y también de observar el paso de Mercurio por el disco del Sol (9 de noviembre de 1802). Además, aprovechó este viaje para hacer estudios sobre los orígenes del río Amazonas, la cordillera de los Andes, el clima del litoral, la flora y la fauna, los vestigios monumentales del tiempo prehispánico y la realidad social contemporánea del virreinato. De las varias fuentes que hoy tenemos a la mano, hay que destacar el diario original de Humboldt en su viaje por el Perú, redactado mayormente en francés, el cual fuera editado primero por la ya citada Margot Faak (1986-1990) y que ha sido traducido luego al castellano en dos oportunidades: por Manuel Vegas Vélez (1991) y por Estuardo Núñez (2002).

En diversos pasajes del citado testimonio, el viajero observa los rasgos peculiares de los valles que animan de trecho en trecho la desértica costa de nuestro país. Desde el punto de vista científico, y por sus hondas repercusiones sobre el imaginario colectivo de la posteridad, son interesantes los apuntes que consagra a la corriente fría del Pacífico (punto sobre el cual volveremos con detalle más adelante). Aparte de sus pesquisas en las ciencias físicas y naturales, Humboldt analiza diversos problemas de interés general sobre el destino de los hombres y mujeres en esta parte de América. Compara usos, costumbres, religión, arte y paleografía con los pueblos antiguos de Europa; critica el colonialismo, la esclavitud y la corrupta administración de justicia; denuncia la explotación por el régimen autocrático de los curas doctrineros y el sistema de repartimiento forzoso de mercancías; describe la rebelión de José Gabriel Túpac Amaru y extrae copias del pedido de indulto de los parientes de este cacique cuzqueño (cf. Faak, 2003: 137).

El barón permaneció dos meses en la ciudad de Lima, capital del virreinato peruano, del 23 de octubre al 24 de diciembre de 1802, tras haber venido en un incómodo viaje por litera a lo largo de la costa. Poco le impresionó ese recorrido por grandes tramos de arenal, sin verdor, sin árboles y sin lluvias. No había desde luego punto de comparación ―como él mismo lo declara― con los exuberantes paisajes de la cuenca del Marañón y de las montañas andinas, ni tampoco con la frondosa vegetación tropical de las costas del Guayas, que conocería poco más adelante.[1] Además, el noble prusiano venía hasta Lima con una serie de imágenes preconcebidas, favorables retratos de esta metrópoli que se habían difundido en Europa desde la llegada de los grandes caudales de oro y plata en el siglo XVI.

El caso limeño resulta excepcional frente al tratamiento que Humboldt solía brindar a las poblaciones importantes que visitaba, pues no se encuentra una descripción en regla de sus cualidades geográficas y urbanas, sino un par de cartas privadas en las que acumula una retahíla de impresiones desfavorables (cf. Hampe Martínez, 2000: 198-199; Sobrevilla, 2002: 22 ss.). Entre las feroces críticas que dedica a la sociedad limeña, hay que consignar sus apuntes sobre el desagradable aspecto de las damas, quienes salían de paseo con unas raíces de planta en la boca, la Sida fructicosa, para mejor conservar los dientes. Pero el testimonio más frecuentemente citado se halla en la carta que dirigió desde Guayaquil, el 18 de enero de 1803, a su amigo el criollano lojano don José Ignacio Checa y Barba, gobernador de Jaén de Bracamoros, y que por ser suficientemente conocido no vamos a reproducir aquí.[2]

El hecho es que nuestro personaje se relacionó en Lima —población de 52.600 habitantes, según el censo levantado en 1792 por orden del virrey Gil de Taboada— con aquellos miembros de la élite más abiertos a las nuevas ideas de la Ilustración y al racionalismo empirista. Tuvo contacto con el fraile jerónimo Diego Cisneros, uno de los principales impulsores del Mercurio Peruano, a quien calificó de «hombre de mucho talento y de un patriotismo poco común». También debió de tratar al respetado médico y escritor Hipólito Unanue, fundador del Anfiteatro Anatómico de Lima, sobre quien consta que mantuvo a posteriori un crítico intercambio de opiniones con el viajero prusiano.[3] Es sabido que Humboldt, lleno de admiración por el Mercurio Peruano, recogió y despachó una colección completa de este periódico a su amigo Johann Wolfgang von Goethe en la corte ducal de Weimar. Aquí se preparó inclusive una traducción selecta del Mercurio al alemán, que salió impresa en 1807-1808 en dos tomos, bajo el cuidado de Friedrich Johann Justin Bertuch (cf. Clément, 1997: 33-34; Núñez y Petersen, 2002: 259-263).

Varias décadas atrás, José de la Riva-Agüero ([1936] 1971) se ocupó de reconstruir con minucia las amistades y vinculaciones desarrolladas por el visitante durante su estada en Lima, incluyendo su relación con el lúcido matemático criollo Santiago de Urquizu, el «hombre más sabio y amable de esta capital», quien había sido uno de los impulsores del Real Tribunal de Minería y ejercía a la sazón el cargo de balanzario de la Casa de Moneda (cf. Miró Quesada, 1966: 261-265; Molina Martínez, 1986: 89 ss.). De cualquier forma, el sombrío panorama trazado por Humboldt en su carta al gobernador Checa provocó la indignación de don Ricardo Palma, director de la Biblioteca Nacional y gran timonel de las letras peruanas, cuando en 1906 dio a publicidad dicha misiva, en calidad de primicia, en la revista El Ateneo de Lima. Señalaba el tradicionista que había obtenido el original de esa carta por intermedio de «un caballero» avecindado en Piura ―descendiente sin duda de Checa― y agregaba en tono de burla: «Si todo es según el color del cristal con que se mira, hay que convenir en que el sabio Humboldt usó, durante su residencia en Lima, anteojos ahumados...» (Palma, 1906: 116).[4]

Desde aquella oportunidad, los analistas han tratado de explicar el severo enjuiciamiento del científico berlinés en función de variadas consideraciones. Se ha hablado de resentimientos de índole personal y de los efectos notables de la crisis económica en el virreinato. También se ha invocado la influencia nociva de la literatura de viajes americanista, que había contribuido a difundir en Europa una imagen exagerada de la «ciudad de los Reyes»: población suntuosa, de activa vida mundana, con palacios magníficos, ajuar doméstico de lujo y mujeres de increíble belleza (cf. Lohmann Villena, 1960: 74-75; Minguet, 1969: 629-630). Nada de eso halló en 1802 el barón, sino más bien una población languideciente, viciosa en demasía, con familias materialmente arruinadas y destruidas por deplorables inquinas... Además, su impresión resultaría afectada por la humedad propia de Lima; en un naturalista auténtico como Humboldt, está claro que el clima ejercía poderosa influencia sobre el espíritu y las ganas de vivir. En fin, si bien se pueden aceptar algunos de los puntos críticos que contiene su observación epistolar firmada en Guayaquil, es evidente que dicha visión negativa de la capital del virreinato exageraba las tintas.



[1] Véase la carta de Humboldt a Jean-Baptiste-Joseph Delambre, secretario del Instituto de Francia, fechada en Lima, 25.XI.1802, y publicada en Moheit, 1993: 199-206. 

[2] El manuscrito original de esta carta se conserva hoy en el American Museum of Natural History, de Nueva York, según la información que ofrece Ulrike Moheit (1993: 217). Conocemos por lo menos una traducción íntegra de la carta al alemán, publicada en la recopilación suplementaria de Moheit, 1999: 157-160. 

[3] Véase extractos de la Guía política del Perú de Hipólito Unanue y «Antigüedades: despoblación del Perú» (diferencias entre Humboldt y Unanue sobre el tiempo, motivación e intensidad de la caída demográfica en el Perú), en SBB, Nachlass Humboldt, Diario VII bb u. c, fols. 2R, 398, 398R. 

[4] Respecto a las vinculaciones familiares del coronel José Ignacio Checa y Barba (1764-ca. 1835), natural de Loja, hijo de don Ignacio Checa y Carrascosa y de doña Josefa Barba y Guerrero, me remito al trabajo inédito de Ernesto A. Spangenberg Checa, «Los Checa: una familia a ambos lados de la frontera» (2003). Su descendencia ha sido tratada en Miranda Costa, 1993: 197-203.

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Letzte Aktualisierung: 30 November 2007 | Kraft
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