Gespiegelte Fassung der elektronischen Zeitschrift auf dem Publikationsserver der Universität Potsdam, Stand: 18. August 2009
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Kurt-R. Biermann e Ingo Schwarz
Traducido por Juan Fernández-Mayoralas

Los compañeros de viaje indios
de Alejandro de Humboldt en América

Aparecido por primera vez en: Matices. Zeitschrift zu Lateinamerika, Spanien und Portugal. 6 (1999) nº. 23, pág. 42-43.

Pues unos están en la oscuridad

Y otros están en la luz

Y se ve a los de la luz

Y a los de la oscuridad no se les ve.

Bertolt Brecht

 En el curso de su expedición por América Latina (1799-1804), Alejandro de Humboldt tuvo una serie de sirvientes indios que le prestaron valiosos servicios, a él y a sus otros acompañantes blancos, como porteadores y conductores de animales, como pilotos y remeros, como guías de montaña e intérpretes, y en otras muchas funciones. No conocemos el nombre de la mayor parte de sus compañeros de viaje indios; sólo a unos cuantos les erigiría un monumento en su diario de viaje y en su relato impreso.

Comenzamos el recuerdo de los acompañantes de Humboldt con el primer indio que encontró en América Latina, y cuya amistad resultó “extremadamente conveniente para los propósitos del viaje”. Humboldt le menciona explícitamente en su libro de viaje:

“Me place consignar en este itinerario el nombre de Carlos del Pino, que por espacio de dieciséis meses nos siguió en nuestro recorrido a lo largo de las costas y por el interior de las tierras” (1, tomo I, pág. 273. 2, vol. 1, pág. 215).

Carlos del Pino pertenecía a la tribu de los guaiqueríes. Como barquero suministraba productos agrícolas a la fragata “Pizarro”, la misma en la que Humboldt y Aimé Bonpland arribaron a Cumaná el 16 de julio de 1799. En un primer momento, el indio se quedó en el barco como piloto, y más tarde se unió al grupo de viajeros hasta su primera partida hacia Cuba, en noviembre de 1800. (7, pág. 4). 

Cuando Humboldt abandonó Cumaná el 18 de noviembre de 1799 para emprender el viaje desde Caracas el 7 de febrero de 1800 a través de los Llanos hacia San Fernando en el Apure, con objeto de comenzar allí la travesía del Orinoco el 30 de marzo, un zambo (un progenitor de origen afroamericano, el otro de origen indio) estaba incluido entre sus acompañantes. Su presencia en el entorno de Humboldt está documentada en el “casi naufragio” en el Orinoco del 6 de abril de 1800, así como en un percance similar, sufrido el 29 de marzo de 1801 durante el trayecto hacia Cartagena. Al mencionarle, Humboldt añade la observación de que el zambo no le abandonó “hasta su regreso a Francia”. La localización de esta separación no está del todo clara: puede significar que tuvo lugar durante su segunda estancia en Cuba, como muy tarde el 29 de abril de 1804. Pero también podría indicar que la despedida se produjo en los Estados Unidos, en junio de 1804. Ni siquiera excluye por completo la posibilidad de que el zambo le haya acompañado también a Francia. 

En cualquier caso, sabemos que Humboldt se llevó consigo un servidor indio a Francia. A propósito de este asunto nos proporciona información el siguiente pasaje del relato del viaje: 

“Un criado que nos había servido durante nuestro viaje a Caripe y al Orinoco, que llevé a Francia, se impresionó de tal manera al desembarcar, en viendo labrar la tierra a un campesino que llevaba puesto su sombrero, que creyó estar ‘en un país miserable, en que aun los mismos caballeros menejaban el arado’” (1, tomo II, pág. 171; 2, vol. 1, pág. 408 y ss.).

El 14 de octubre de 1804, en una carta enviada desde París a su hermano Guillermo, Humboldt citaba la crítica de su “sirviente indio” a la condesa Carolina von Schlabrendorff a causa de su preferencia por la ropa masculina: “Esta no es mujer, hace de hombre, tiene calzones”. Finalmente, Humboldt mencionaba a un “domestique mulâtre” (sirviente mulato) que le había acompañado a Europa en una carta fechada en Roma el 10 de junio de 1805 y dirigida a John Vaughan, tesorero de la American Philosophical Society en Filadelfia. Este escrito informa además que el mulato se encuentra en el viaje de regreso a Cumaná (8, pág. 189). Mencionemos de pasada que en su declaración de aduanas del 24 de mayo de 1804, a su llegada a Filadelfia, no se menciona a ningún sirviente acompañante. Probablemente, un criado era algo tan habitual que se daba por supuesto y no se consideraba necesaria una mención explícita. En cualquier caso, debe de haber causado cierta impresión a Vaughan: de otra manera, no podría explicarse que Humboldt diera por supuesto que su corresponsal se acordaría del ‘mulato’. En este contexto, resulta sorprendente la mención del perro Cachy o Cachi, mencionado repetidamente en los diarios del viaje (3, pág. 152, 306; 4, pág. 200), que acompañaba al criado a Cumaná.

Podemos dar por supuesto que Humboldt solo trajo a un servidor de América a Francia. Pero resulta extraño que se refiera a él con dos denominaciones mutuamente excluyentes, es decir, mulato e indio. Por qué lo hizo así sigue siendo su secreto. Podría pensarse que la coherencia en los nombres, títulos y quizás también en la denominación étnica de sus servidores no era precisamente su punto fuerte. Humboldt no llama a este hombre en el libro de viaje por su nombre propio. Podría tratarse del José o Josef de la Cruz que menciona en varias ocasiones en su diario y en las cartas (indicación que agradecemos a la Dra. M. Faak). De él sabemos que acompañaba a los viajeros desde su estancia en Cumaná en agosto de 1799 (3, pág. 85). Humboldt le menciona en su diario de viaje también en referencia a la ascensión al Cotopaxi, el 28 de abril de 1802: “El pobre Joseph, que llevó el barómetro, sufrió muchísimo” (3, pág. 199; 4, pág. 83). La oración de relativo es tanto más digna de atención, por cuanto Humboldt en ese mismo diario anota que con tantos cambios de lugar para el transporte del imprescindible barómetro había debido ‘pagarse unas botas un año sí y el otro también”, de manera que “el barómetro, que no vale ni 12 taleros imperiales, al cabo de los cinco años de viaje ha debido costar más de 800 taleros” (3, pág. 152). Puede presumirse que los portadores del barómetro cambiaban; en cualquier caso, José de la Cruz se contaba entre ellos. Tal como puede deducirse de una carta fechada en Cumaná en agosto de 1803, en México seguía aún formando parte del grupo de viajeros (5, pág. 249; 6, pág. 186). Por cierto que, a pesar de todas las precauciones, allí se rompió el instrumento por culpa de un blanco.

Durante el viaje por el Orinoco, Humboldt conoció a Zerepe, un indio que servía como intérprete al misionero Bernardo Zea. Durante casi dos meses, el clérigo y Zerepe – cuyos conocimientos lingüísticos resultaron extraordinariamente útiles a los viajeros – compartieron las vicisitudes de la travesía fluvial, si bien la empresa tuvo para el indio una consecuencia lamentable: durante esta ausencia, su prometida huyó a la selva con los suyos, pues se le habían hecho creer que Humboldt se dirigía a Brasil e iba a llevarse a Zerepe consigo (1, tomo III, pág. 366 y tomo IV, pág. 416; 2, vol. 2, pág. 859 y pág. 1247).

Acerca de los esfuerzos que habían de soportar los remeros nativos durante las travesías fluviales – el viaje del Orinoco duró 75 días, el del río Magdalena 55 -, Humboldt escribía en su diario:

“Los remeros son zambos, raramente indios, van totalmente desnudos, si se exceptúa el guayuco [taparrabo], y tienen fuerzas hercúleas. Resulta muy pintoresco cuando esas figuras broncíneas empujan poderosamente, empuñando la palanca. Cómo cada vez se les hincha la yugular, cómo, durante 13 horas diarias, bañados en sudor, en un clima abrasador en el que casi nunca hay una benéfica brisa que mueva las hojas. Pero por muy digna de admiración que sea esa demostración de fuerza humana, con gusto hubiera deseado haberla tenido que admirar durante menos tiempo. No porque esos hombres despierten la compasión; no, son libres, aunque mal pagados […], y además hombres muy alegres, indómitos, insolentes. Su eterno buen humor, su aspecto de bien nutridos… todo eso disminuye el sentimiento de conmiseración. Pero lo que resulta insoportable es el bárbaro, obsceno, ronco, furioso griterío, tan pronto quejumbroso como jubiloso, expresado en largas fórmulas, a través del cual los hombres intentan aliviar el esfuerzo muscular” (3, pág. 69). 

Humboldt habría de experimentar, que incluso estos hombres acostumbrados al clima podían ser víctima de enfermedades: 

“Nuestra navegación por la corriente del Magdalena fue de hecho una terrible tragedia. De 20 ‘bogas’, remeros, dejamos 7 u 8 medio enfermos en el camino. Casi otros tantos arribaron a Honda con úlceras terriblemente malolientes en los pies y pálidos” (3, pág. 85).

Sólo cuatro remeros llegaron sanos y salvos a su destino.

Las numerosas ascensiones a volcanes en los Andes estuvieron a su vez acompañadas de no menos esfuerzos y peligros. Por ese motivo Humboldt apreciaba considerablemente la participación de acompañantes indios en esas empresas. Como exponente de este grupo mencionaremos aquí al indio Felipe Aldas, que acompañó a Humboldt el 26 de mayo de 1802 al cráter del Rucupichincha, y que sería el único que perseveraría a su lado en una situación extremadamente crítica, a pesar de que estar firmemente convencido de que estaba prohibido acercarse tanto a la divinidad de los volcanes. Al contrario de lo ocurrido con muchos nombres que Humboldt no registró en su diario, el ‘pobre Aldas’sí  quedó inmortalizado en su relato de viaje, ¡añadiendo que él y el indio se habían dado ánimos recíprocamente! Para Humboldt, se había convertido en un compañero en igualdad de derechos, con el que compartía y combatía sus temores (3, pág. 201 y ss.; 4, pág. 86 y ss; 9, pág. 164 y ss).

Humboldt llevó a cabo entre los años 1799 y 1804 una de las expediciones más importantes de la historia de los descubrimientos de nuestro planeta. Si durante sus viajes fue capaz de trabar un sinnúmero de contactos personales, y de asegurarse la ayuda activa de los americanos, ello se debió en primer lugar a su caudal de conocimientos y a su honesto interés científico acerca de las regiones por las que viajaba, pero también a su habilidad para el trato humano. Los pocos ejemplos aquí citados dejan entrever a qué grado llegó la aproximación de Humboldt a los compañeros de viaje indios que quedaron parcialmente en la sombra. A ellos había de agradecerles una parte de sus éxitos.

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Letzte Aktualisierung: 21 Juni 2007 | Kraft
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